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martes, marzo 23, 2010

Tennessee Williams - Wounded Genius (Documentary)




This episode of Biography series calls itself Wounded Genius and tells the story of famed playwright Tennessee Williams as his early hurts mount with depressing rapidity: his hard-drinking man's man of a father taunted him for being a sissy; his mentally unstable, puritanical mother loved him, but controlled him; his older sister, companion and "soul mate," suffered a mental breakdown and was institutionalized for life while they were both still in their teens. This 50-minute video makes the case that his early years gave him the material for his meteoric rise to success in the worlds of stage and film, but also laid the groundwork for the personal problems that would eventually be his downfall. Many viewers may know Williams for his successful works, such as the Pulitzer Prize-winning A Streetcar Named Desire and Cat on a Hot Tin Roof, but this documentary also deals with his subsequent 20-year slide. His brother, biographers, and friends shed much light on his life, as do several television interviews of Williams himself.





miércoles, noviembre 04, 2009

"ESPERANDO A GODOT"(SAMUEL BECKETT)





"ESPERANDO A GODOT"(EN ATTENDANT GODOT)
SAMUEL BECKETT

PERSONAJES:
ESTRAGÓN
VLADIMIRO
POZZO
LUCKY
UN MUCHACHO

ACTO PRIMERO

Camino en un descampado, con árbol. Atardecer.
ESTRAGÓN, sentado en el suelo, trata de descalzarse con ambas manos. Se detiene, agotado; descansa, jadeando; vuelve a empezar.
Igual juego. Entra VLADIMIRO

ESTRAGÓN. – (Renunciando nuevamente.) No hay nada que hacer.
VLADIMIRO. – (Acercándose a pasos cortos y rígidos, separadas las piernas.) Empiezo a creerlo. (Queda inmóvil) Durante mucho tiempo me he resistido a creerlo, diciéndome “Vladimiro, sé razonable; aún no lo has intentado todo” Y reemprendía la lucha. (Se reconcentra, pensando en la lucha. A ESTRAGÓN) ¿Así que otra vez ahí?
ESTRAGÓN. – ¿Te parece?
VLADIMIRO. – Me alegra volver a verte. Creía que te habías ido para siempre.
ESTRAGÓN. – Y yo.
VLADIMIRO. - ¿Cómo celebraremos este encuentro? (Reflexiona) Ven que te bese. (Tiende la mano a ESTRAGÓN)
ESTRAGÓN. –(Irritado) Luego, luego.
(SILENCIO)
VLADIMIRO. –(Molesto, fríamente.) ¿Puede saberse dónde ha pasado la noche el señor?
ESTRAGÓN. –En la cuneta.
VLADIMIRO. – (Sorprendido) ¿Dónde?
ESTRAGÓN. –(Inmutable.) Por ahí.
VLADIMIRO. – ¿Y no te han sacudido?
ESTRAGÓN. –Sí..., no mucho.
VLADIMIRO. – ¿Los de siempre?
ESTRAGÓN. –¿Los de siempre? No lo sé.
(SILENCIO)

VLADIMIRO. –Cuando pienso..., desde siempre... me pregunto qué habría sido de ti... sin mí... (Con decisión.) Sin duda, no serías ahora más que un montón de huesos.
ESTRAGÓN.-(Herido en lo vivo.) ¿Y qué más?
VLADIMIRO.(Anonadado.) Es demasiado para un hombre solo. (Pausa.. Vivazmente.) Por otra parte, ¿por qué desanimarse en este momento? Es lo que yo me pregunto. Hubiera sido necesario pensarlo hace una eternidad, hacia mil novecientos.
ESTRAGÓN. -Basta. Ayúdame a quitar esta porquería.
VLADIMIRO. -Juntos, hubiéramos sido los primeros en arrojarnos desde la torre Eiffel. Entonces sí que lo pasábamos bien. Ahora ya es demasiado tarde. Ni siquiera nos dejarían subir. (ESTRAGÓN vuelve a su calzado.) ¿Qué haces?
ESTRAGÓN.-Me descalzo. ¿No lo has hecho tú nunca?
VLADIMIRO.-Hace tiempo que te digo que es necesario descalzarse todos los días. Más te vendría escucharme.
ESTRAGÓN.-(Débilmente.) ¡ Ayúdame!
VLADIMIRO.- ¿Te encuentras mal?
ESTRAGÓN. -¡Mal! ¡Me preguntas si me encuentro mal!
VLADIMIRO.~(Acalorado.) ¡Tú eres el único que sufre! Yo no importo. Sin embargo, me gustaría verte en mi lugar. Ya me lo dirías.
ESTRAGÓN.-¿Has estado malo?
VLADIMIRO.-¡ Malo! ¡ Me preguntas si he estado malo!
ESTRAGÓN.-(Señalando con el índice.) Eso no es una razón para que no te abroches.
VLADIMIRO.-(Inclinándose.) Es verdad. (Se abrocha.) No hay que descuidarse en los pequeños detalles.
ESTRAGÓN.-¿Qué quieres que te diga? Siempre esperas a última hora.
VLADIMIRO. –(Ensoñadoramente.) A última hora... (Medita.) Tardará; pero valdrá la pena. ¿Quién decía esto?
ESTRAGÓN.-¿No quieres ayudarme?
VLADIMIRO.-A veces me digo que, a pesar de todo, llegará. Entonces todo me parece extraño. (Se quita el sombrero, mira dentro, pasa la mano por el interior, lo agita y vuelve a ponérselo.) ¿Cómo lo diría? Aliviado y, al mismo tiempo..., (Busca.) espantado. (Con énfasis.) Espantado! (Se quita otra vez el sombrero y vuelve a mirar en el interior.) ¡Lo que faltaba! (Golpea encima como que caiga algo, mira nuevamente al interior y vuelve ponérselo.) Así que...
ESTRAGÓN.-¿Qué? (A costa de un esfuerzo su consigue sacarse el zapato. Mira dentro, mete la mano, la saca, sacude el zapato, mira por el suelo por si ha caído algo; no encuentra nada, vuelve a pasar la mano zapato, mirando vagamente.) Nada.
VLADIMIRO.~Déjame ver.
ESTRAGÓN.-No hay nada que ver.
VLADIMIRO.~Trata de ponértelo.
ESTRAGÓN.~(Tras examinar su pie.) Voy a dejarle que se oree un poco.
VLADIMIRO. -He ahí un hombre de una pieza que la toma con su calzado cuando la culpa la tiene el pie. (Vuelve a quitarse el sombrero, mira e! interior pasa la mano, lo sacude, golpea encima, sopla dentro, vuelve a ponérselo.) Esto empieza a ser inquietante. (Silencio. ESTRAGÓN mueve el pie, separando los dedos para que circule mejor el aire.) Uno de los ladrones se salvó. (Pausa.) Es una proporción aceptable. (Pausa.) Gogo...
ESTRAGÓN.~¿Qué?
VLADIMIRO. –¿Y si nos arrepintiéramos?
ESTRAGÓN. –¿Y de qué?
VLADIMIRO. – Pues... (Titubeando.) No hace falta entrar en detalles.
ESTRAGÓN.~¿De haber nacido?

(VLADIMIRO Comienza a reírse a mandíbula batiente, pero inmediatamente se contiene, llevándose la mano a la entrepierna Con gesto impaciente.)

VLADIMIRO.~Ni siquiera nos atrevemos a reír.
ESTRAGÓN.~ Vaya privación!
VLADIMIRO.~Sonreír solamente. (Cuaja en su rostro una suprema sonrisa, que tras un momento se extingue súbitamente.) No es lo mismo. Bueno... (Pausa) Gogo...
ESTRAGÓN.~(Molesto.) ¿Qué pasa?
VLADIMIRO.~¿ Has leído la Biblia?
ESTRAGÓN. –La Biblia... Le he echado un vistazo, seguramente.
VLADIMIRO. – (Sorprendido) ¿En la escuela laica?
ESTRAGÓN. –Cualquiera sabe si lo era o no.
VLADIMIRO. – Debes confundirla con la prisión juvenil
ESTRAGÓN. –Quizá. Recuerdo los mapas de la Tierra Santa. En colores. Muy bonitos. El Mar Muerto era azul pálido. Nada más mirarlo, me entra en sed. Pensaba: “Ahí iremos a pasar nuestra luna de miel. Nos bañaremos. Seremos felices.”
VLADIMIRO. –Tenías que haber sido poeta.
ESTRAGÓN. –Lo he sido. (Señalando sus harapos.) ¿Es que no se nota?
(SILENCIO)
VLADIMIRO. – ¿Qué estaba diciendo?...¿Cómo sigue tu pie?
ESTRAGÓN. –Se está hinchando.
VLADIMIRO. – ¡Ah! Ya recuerdo: la historia de los ladrones. ¿Recuerdas?
ESTRAGÓN. –No.
VLADIMIRO. – Así matamos el tiempo. (Pausa) Eranse dos ladrones crucificados al mismo tiempo que el Salvador. Se...
ESTRAGÓN. –¿Qué quien?
VLADIMIRO. – El Salvador. Dos ladrones. Se dice que uno de ellos fue salvado, y el otro (Busca la expresión contraria.) condenado.
ESTRAGÓN. –Salvado, ¿de qué?
VLADIMIRO. – Del infierno.
ESTRAGÓN. –Me voy. (Queda quieto.)
VLADIMIRO. – Y, sin embargo... (Pausa) ¿Cómo es posible que...? Supongo que no te aburro.
ESTRAGÓN. –No escucho.
VLADIMIRO. – ¿Cómo es posible que, de los cuatro evangelistas, solo uno cuente los hechos de esta forma? No obstante, los cuatro estaban allí; vamos..., no muy lejos. Solo uno habla de un ladrón salvado. (Pausa) Bueno, Gogo: de cuando en cuando podías meter baza.
ESTRAGÓN. –Escucho.
VLADIMIRO. – De los cuatro, solo uno. De los tres, dos ni siquiera lo mencionan, y el tercero dice que ambos le insultaron.
ESTRAGÓN. –¿Quién?
VLADIMIRO. – ¿Cómo?
ESTRAGÓN. –No entiendo nada. (Pausa) Insultar, ¿a quién?
VLADIMIRO. – Al Salvador
ESTRAGÓN. –¿Por qué?
VLADIMIRO. – Porque no quiso salvarlos.
ESTRAGÓN. –¿Del infierno?
VLADIMIRO. – ¡No, hombre, no! De la muerte.
ESTRAGÓN. –¿En ese caso...?
VLADIMIRO. – Los dos bebieron ser condenados.
ESTRAGÓN. –¿Y después?
VLADIMIRO. – Pero uno de los evangelistas dice que uno se salvó
ESTRAGÓN. –Vaya, no están de acuerdo; nada más.
VLADIMIRO. – Allí estaban los cuatro. Y solo uno habla de un ladrón salvado. ¿Por qué creer a uno más que a los otros?
ESTRAGÓN. –¿Quién le cree?
VLADIMIRO. – Pues todos. Solo se conoce esta versión.
ESTRAGÓN. –La gente es tonta. (Se levanta dificultosamente. Cojeando, se dirige hacia el lateral izquierdo, se detiene, mira a lo lejos, protegiendo con la mano los ojos; se vuelve, va hacia el lateral derecho mira a lo lejos.)

(VLADIMIRO le mira, después coge el zapato, mira dentro, lo tira precipitadamente.)

VLADIMIRO. – ¡Puff! (Escupe)

(ESTRAGÓN se dirige al centro del escenario y mira al fondo.)

ESTRAGÓN. – ¡Hermoso lugar! (Se devuelve, avanza hasta la batería y mira hacia el público.) Rostros sonrientes. (Se vuelve hacia VLADIMIRO.) Vámonos.
VLADIMIRO.-No podemos.
ESTRAGÓN.~¿Por qué?
VLADIMIRO.~Esperamos a Godot.
ESTRAGÓN.~Es verdad. (pausa.) ¿Estás seguro de que es aquí?
VLADIMIRO.-¿EI qué?
ESTRAGÓN.~Donde hay que esperar.
VLADIMIRO. ~ Dijo delante del árbol. (Miran el árbol.) ¿Ves algún otro?
ESTRAGÓN.~¿Qué es?
VLADIMIRO.-Yo diría que un sauce llorón.
ESTRAGÓN.~¿Dónde están las hojas?
VLADIMIRO.~Debe de estar muerto.
ESTRAGÓN.~Se acabó su llanto.
VLADIMIRO. -.A menos que no sea tiempo.
ESTRAGÓN.-¿Y no sería más bien un arbolillo?
VLADIMIRO.-Un arbusto.
ESTRAGÓN.-Un arbolillo.
VLADIMIRO.-Un... (Se contiene.) ¿Qué quieres insinuar? ¿Que nos hemos equivocado de sitio?
ESTRAGÓN.-Ya tendría que estar aquí.
VLADIMIRO.-No aseguró que viniera.
ESTRAGÓN.-¿Y si no viene?
VLADIMIRO.~Volveremos mañana.
ESTRAGÓN.-Y, después, pasado mañana.
VLADIMIRO.-Quizá.
ESTRAGÓN.-Y así sucesivamente.
VLADIMIRO.-ES decir...
ESTRAGÓN.-Hasta que venga.
VLADIMIRO.-Eres inhumano.
ESTRAGÓN.-Ya vinimos ayer.
VLADIMIRO.- ¡Ah, no! en eso te equivocas.
ESTRAGÓN.-¿Qué hicimos ayer?
VLADIMIRO.-¿Que qué hicimos ayer?
ESTRAGÓN.-Sí.
VLADIMIRO.-Pues, pues... (Enojándose.) Nadie como tú para no entenderse.
ESTRAGÓN. –Yo creo que estuvimos aquí
VLADIMIRO.-(Mirando alrededor.) ¿Te resulta familiar el lugar?
ESTRAGÓN.-Yo no he dicho eso.
VLADIMIRO.-¿ Entonces?
ESTRAGÓN.-Eso no tiene nada que ver.
VLADIMIRO.-No obstante..., este árbol..., ( al público.) esa turbera...
ESTRAGÓN.-¿Estás seguro de que era esta noche?
VLADIMIRO.-¿ El qué?
ESTRAGÓN.Que debíamos esperarle.
VLADIMIRO.-Dijo el sábado. (Pausa.) Según creo.
ESTRAGÓN.-Después del trabajo.
VLADIMIRO.-Debí apuntarlo. (Revuelve en sus bolsillos, repletos de toda clase de porquerías.)
ESTRAGÓN. Pero ¿qué sábado? ¿Es hoy sábado? ¿No será más bien domingo? ¿O lunes? ¿O viernes?
VLADIMIRO.-(Mirando enloquecido alrededor suyo como si la fecha estuviese escrita en el paisaje.) No es posible.
ESTRAGÓN.-O jueves.
VLADIMIRO.-¿ Qué hacemos?
ESTRAGÓN.-Si anoche se molestó en balde, ya puedes estar seguro de que hoy no vendrá.
VLADIMIRO.-Pero dices tú que nosotros hemos venido anoche.
ESTRAGÓN.-Puedo equivocarme. (Pausa.) ¿Quieres que nos callemos un poco?
VLADIMIRO.-(Débilmente.) Bueno. (ESTRAGÓN se sienta en el suelo. VLADIMIRO recorre con pasos largo la escena agitadamente. De cuando en cuando se detiene para otear el horizonte. ESTRAGÓN se duerme. VLADIMIRO se para ante ESTRAGÓN.) Gogo... (Silencio.) Gogo... (Silencio.)¡Gogo!

(ESTRAGÓN Se despierta sobresaltado.)

ESTRAGÓN.-(Volviendo a todo el horror de su situación.) Dormía. (Con reproche.) ¿ Por qué no me dejas dormir nunca?
VLADIMIRO.-Me sentía solo.
ESTRAGÓN.-He tenido un sueño.
VLADIMIRO.-No me lo cuentes.
ESTRAGÓN.-He soñado que..
VLADIMIRO.-¡ No me lo cuentes!
ESTRAGÓN. -(Con un gesto hacia cuanto les rodea.) ¿Esto te basta? (Silencio.) Didi, no eres bueno. ¿A quién sino a ti quieres que cuente mis pesares íntimos?
VLADIMIRO.-Que sigan siendo íntimos. Ya sabes que no puedo soportarlo.
ESTRAGÓN.-(Fríamente.) A veces me pregunto si no sería mejor que nos separáramos.
VLADIMIRO.-No irías muy lejos.
ESTRAGÓN.-Eso sería, en efecto, un grave inconveniente (Pausa.) ¿No es verdad, Didi, que eso sería un grave inconveniente? (Pausa.) Dada la hermosura del camino (Pausa.) Y la bondad de los viajeros. (Pausa. Zalamero.) ¿No es verdad, Didi?
VLADIMIRO.-Calma.
ESTRAGÓN.-(Con voluptuosidad.) Calma... Calma... (Ensoñador.) Los ingleses dicen «caaalm». Son gentes «caaalms». (Pausa.) ¿Sabes la historia del inglés en el prostíbulo?
VLADIMIRO.-Sí.
ESTRAGÓN.- Cuéntamela.
VLADIMIRO .~Déjame.
ESTRAGÓN.-Un inglés borracho va a un prostíbulo. La encargada le pregunta si quiere una rubia, una morena o una pelirroja. Sigue.
VLADIMIRO.~¡Déjame! (Sale.)

(ESTRAGÓN se levanta y le sigue hasta el límite de la escena. Mímica de ESTRAGÓN, semejante a la que un boxeador provoca entre los espectadores. VLADIMIRO vuelve, pasa ante ESTRAGÓN, cruza la escena con la vista baja. ESTRAGÓN se encamina hacia él, pero se detiene.)

ESTRAGÓN.-(Dulcemente.) ¿Querías hablarme? (VLADIMIRO no contesta. ESTRAGÓN avanza un paso.) ¿Tenías algo que decirme? (Silencio. Avanza otro paso.) Habla, Didi.
VLADIMIRO.-(Sin volverse.) No tengo nada que decirte.
ESTRAGÓN.-(Avanza otro paso.) ¿Te has enojado? ( Silencio. Otro paso.) Perdona. (Silencio. Otro paso. Le toca el hombro.) Vamos, Didi. (Silencio.) Dame la mano! (VLADIMIRO se vuelve.) ¡Dame un abrazo! (VLADIMIRO se yergue) ¡ Venga, hombre! (VLADIMIRO cede. Se abrazan. ESTRAGÓN se echa atrás.) ¡ Apestas a ajo!
VLADIMIRO.-Es para los riñones. (Silencio. ESTRAGÓN mira el árbol atentamente.) ¿Qué hacemos ahora?
ESTRAGÓN.~Esperamos.
VLADIMIRO. -Sí; pero mientras esperamos...
ESTRAGÓN.-¿Y si nos ahorcáramos?
VLADIMIRO.-Sería una manera de ponerse cachondos.
ESTRAGÓN.-¿Se pone uno cachondo?
VLADIMIRO.-Con todas las consecuencias. Y donde cae eso, crecen mandrágoras. Por eso, cuando se las arrancan gritan. ¿No lo sabías?
ESTRAGÓN.-Ahorquémonos ahora mismo.
VLADIMIRO.-¿En una rama? (Se acercan al árbol y contemplan.) No me fío.
ESTRAGÓN.-Podemos intentar.
VLADIMIRO.-Prueba.
ESTRAGÓN.- Primero, tú.
VLADIMIRO.-NO, no; tú primero.
ESTRAGÓN.-¿ Por qué?
VLADIMIRO.-Porque pesas menos que yo.
ESTRAGÓN.-Justamente.
VLADIMIRO.-No comprendo.
ESTRAGÓN.-Piensa un poco, ¡ ea!

(VLADIMIRO reflexiona)

VLADIMIRO.-(Concluyente.) No comprendo.
ESTRAGÓN-Te lo explicaré. (Medita.) La rama..., la rama... (Airado.) Pero ¡ intenta comprenderlo!
VLADIMIRO .-Solo te tengo a ti.
ESTRAGÓN.-(Esforzándose.)
Gogo, ligero,
No se rompe la rama;
Gogo, muerto, Didi pesado;
se rompe la rama;
Didi, solo...
(Busca la expresión precisa.)

Mientras que...

(Busca la expresión precisa.)

VLADIMIRO. -No había pensado en esto.
ESTRAGÓN-(Que ha encontrado la frase que buscaba.) Quien puede lo más, puede lo menos.
VLADIMIRO.-Pero ¿peso yo más que tú?
ESTRAGÓN.-Eres tú quien lo dice. Yo no sé nada. Hay una probabilidad entre dos. O casi.
VLADIMIRO.-Así, pues, ¿qué hacemos?
ESTRAGÓN.-No hagamos nada. Es más prudente.
VLADIMIRO.-Esperemos a ver qué nos dice.
ESTRAGÓN.-¿ Quién?
VLADIMIRO.-Godot.
ESTRAGÓN.-¡ Vaya!
VLADIMIRO.-Esperemos, ante todo, para estar seguros.
ESTRAGÓN.-Por otra parte, más vale hacer las cosas en caliente
VLADIMIRO.-Tengo curiosidad por saber lo que nos va a decir. Eso no nos compromete a nada.
ESTRAGÓN.-Pero, exactamente, ¿qué es lo que se le ha pedido?
VLADIMIRO.-¿No estabas allí?
ESTRAGÓN.-No presté atención.
VLADIMIRO.-Pues... Nada en concreto.
ESTRAGÓN.-Una especie de súplica.
VLADIMIRO.-Eso es.
ESTRAGÓN.-Una súplica vaga.
VLADIMIRO.-Sí, si quieres.
ESTRAGÓN.-¿Y qué contestó?
VLADIMIRO.-Que ya vería.
ESTRAGÓN.-Que no podía prometer nada.
VLADIMIRO.-Que necesitaba reflexionar.
ESTRAGÓN.-Serenamente.
VLADIMIRO.-Consultar con su familia.
ESTRAGÓN.-Con sus amigos.
VLADIMIRO.-Con sus agentes
ESTRAGÓN~.Con sus representantes.
VLADIMIRO.~Sus archivos.
ESTRAGÓN.- Su cuenta corriente.
VLADIMIRO.~Antes de decidirse.
ESTRAGÓN.~Es natural.
VLADIMIRO.~¿No es verdad?
ESTRAGÓN.~Eso me parece.
VLADIMIRO.-A mí también.
(pausa.)

ESTRAGÓN. -¿Y nosotros?
VLADIMIRO.~¿Cómo?
ESTRAGÓN.~Decía: ¿y nosotros?
VLADIMIRO.-NO entiendo.
ESTRAGÓN.~¿Y qué representamos nosotros en todo esto?
VLADIMIRO.~¿Que qué representamos?
ESTRAGÓN. - Cógelo con tiempo.
VLADIMIRO.~¿Nuestro papel? Es el del suplicante.
ESTRAGÓN.~¿Hasta ese extremo?
VLADIMIRO.~¿El señor se muestra exigente?
ESTRAGÓN.-¿Y ya no tenemos derechos?

(VLADIMIRO ríe y cesa bruscamente, como antes. Igual juego, menos la sonrisa.)

VLADIMIRO.~Serías capaz de hacerme reír.
ESTRAGÓN.~¿Los hemos perdido?
VLADIMIRO.~(Abiertamente.) Los hemos liquidado. (Silencio. permanecen inmóviles, con los brazos colgando, la cabeza sobre el pecho y las rodillas juntas.)

ESTRAGÓN.~(Débilmente.) ¿Estamos comprometidos? (Pausa.) ¿Eh?
VLADIMIRO.~(Levantando la mano.) ¡Escucha!
(Escuchan grotescamente rígidos.)

ESTRAGÓN.-No oigo nada.
VLADIMIRO.- Chiss! (Escuchan. ESTRAGÓN pierde el equilibrio y está a punto de caer. Se coge del brazo de VLADIMIRO que se tambalea. Escuchan, apretándose el uno contra el otro y mirándose a los ojos.) Yo tampoco. (Suspiro de alivio. Pausa. Se separan.)
ESTRAGÓN.-Me has asustado.
VLADIMIRO.~Creí que era él.
ESTRAGÓN.-¿ Quién?
VLADIMIRO.-Godot.
ESTRAGÓN.- Bah! El viento entre los cañaverales.
VLADIMIRO.-Hubiera jurado que eran gritos.
ESTRAGÓN.-¿Y por qué había de gritar?
VLADIMIRO.-A Su caballo.

(Silencio.)
ESTRAGÓN.-¿Nos vamos?
VLADIMIRO.-¿ Adónde? (Pausa.) Quizá esta noche durmamos en su casa, al calar, bajo techado, con la tripa llena, sobre paja. Vale la pena que esperemos, ¿no?
ESTRAGÓN.-Pero no toda 1a noche.
VLADIMIRO.-Aún es de día.

(Silencio.)
ESTRAGÓN.-Tengo hambre.
VLADIMIRO.-¿Quieres una zanahoria?
ESTRAGÓN.-¿No tienes otra cosa?
VLADIMIRO.-Debo tener algunos nabos.
ESTRAGÓN.-Dame una zanahoria. (VLADIMIRO hurga en sus bolsillos, saca un nabo y se lo da a ESTRAGÓN.) Gracias. (Lo muerde. Lamentándose.) ¡ Es un nabo!
VLADIMIRO.- Oh, perdona! juraría que era una zanahoria. (Busca de nuevo en sus bolsillos y solo encuentra nabos.) Solo hay nabos. (Sigue buscando.) Tú has debido comerte la última. (Busca.) Espera, aquí hay una. (Saca, al fin, una zanahoria y Se la da a ESTRAGÓN.) Toma, amigo mío. (ESTRAGÓN la limpia con la manga y comienza a comerla.) Devuélveme el nabo. (ESTRAGÓN se lo devuelve.) Aprovéchala bien, que no hay más.
ESTRAGÓN.-(Sin dejar de comer.) Te he hecho una pregunta.
VLADIMIRO.-¡ Ah!
ESTRAGÓN.-¿Me has contestado?
VLADIMIRO. – Está buena tu zanahoria?
ESTRAGÓN. – Sabe dulce.
VLADIMIRO.-Mejor, mejor. (Pausa.) ¿Qué querías saber?
ESTRAGÓN.-Ya no me acuerdo. (Come.) Y eso es lo me fastidia. (Mira la zanahoria con aprecio y la hace girar
en el aire con la punta de los dedos.) Es deliciosa tu zanahoria. (Chupa meditativamente 1a punta.) ¡ Escucha, ya me acuerdo! (Da un gran bocado.)
VLADIMIRO.-¿ Qué era?
ESTRAGÓN.-(Con la boca llena, distraído.) ¿No estamos atados?
VLADIMIRO.-No entiendo nada.
ESTRAGÓN.-(Come, traga.) Pregunto si estamos atados.
VLADIMIRO.-¿ Atados?
ESTRAGÓN.-Atados.
VLADIMIRO.-¿ Cómo atados?
ESTRAGÓN.-De pies y manos.
VLADIMIRO.-Pero ¿a quién? ¿Por quién?
ESTRAGÓN.-A tu buen hombre.
VLADIMIRO.-¿A Godot? ¿Atados a Godot? Vaya idea! En absoluto. (Pausa.) Todavía no.
ESTRAGÓN.-¿Se llama Godot?
VLADIMIRO.-Eso creo.
ESTRAGÓN.- Vaya! (Levanta los restos de la zanahoria por sus hojas secas y los hace girar ante sus ojos.) Es curioso; cuanto más se come, menos gusta.
VLADIMIRO.-A mí me pasa lo contrario.
ESTRAGÓN.-¿O sea?
VLADIMIRO .-YO, cuanto más como, más me gusta.
ESTRAGÓN.-(Que ha meditado largamente.) ¿Y eso lo contrario?
VLADIMIRO.-Cuestión de temperamento.
ESTRAGÓN.-De carácter.
VLADIMIRO.-NO hay nada que hacer.
ESTRAGÓN.-Por mucho que uno se mueva.
VLADIMIRO.-Cada uno es como es.
ESTRAGÓN.-Y no sirve darle vueltas.
VLADIMIRO.-EI fondo no cambia.
ESTRAGÓN.~No hay nada que hacer. (Ofrece a VLADIMIRO lo que queda de zanahoria) ¿Quieres acabártela?
(Se oye muy cerca un grito terrible. ESTRAGÓN suelta la zanahoria. Quedan rígidos y después se precipitan hacia los laterales. ESTRAGÓN se detiene a medio camino, vuelve hacia atrás, coge la zanahoria, la guarda en el bolsillo, se abalanza hacia VLADIMIRO, que le espera, vuelve a pararse, regresa, coge su zapato, luego corre a unirse a VLADIMIRO. Cogidos por la cintura, la cabeza sobre los hombros, de espaldas a !a amenaza, esperan. Entran POZZO y LUCKY. Aquel dirige a este mediante una cuerda alrededor del cuello, de forma que al principio solo se ve a LUCKY, seguido de la cuerda, lo suficientemente larga como para que pueda llegar al centro de le escena antes que POZZO asome por el lateral. LUCKY lleva una pesada maleta, una silla de tijera, un cesto con comida y, en el brazo, un abrigo; POZZO, un látigo.)

POZZO.-(Dentro.) ¡ Más rápido! (Chasquido de látigo. Entra POZZO. Cruzan la escena. LUCKY pasa ante VLADIMIRO y ESTRAGÓN y sale. POZZO, al ver a VLADIMTRO y ESTRAGÓN, se detiene. La cuerda se tensa. POZZO tira violentamente.)
Atrás!

(Ruido de caída. LUCKY ha caído con toda su carga. VLADIMIRO y ESTRAGÓN le miran, vacilando entre socorrerle y el temor de meterse en lo que no les importa. VLADIMIRO avanza un paso hacia LUCKY, ESTRAGÓN le coge por la manga.)

VLADIMIRO.-¡ Déjame!
ESTRAGÓN.-Ten calma.
POZZO.-¡ Cuidado! Es malo. (ESTRAGÓN y VLADIMIRO le miran.) Con los extraños.
ESTRAGÓN.-(Bajo.) ¿Es él?
VLADIMIRO.-¿ Quién?
ESTRAGÓN.- ¿Quién va a ser!
VLADIMTRO.-¿ Godot?
ESTRAGÓN.~Claro.
POZZO.-Me presento: POZZO.
VLADIMIRO. -¡Que va!
ESTRAGÓN. –Ha dicho Godot.
VLADIMIRO.-¡ Qué va!
ESTRAGÓN.-(A POZZO.) ¿No es usted el señor Godot, señor?
POZZO.-(Con voz terrible.) ¡ Soy POZZO! (Silencio.) ¿No les dice nada este nombre? (Silencio.) Les pregunto si no les dice nada este nombre.

(VLADIMIRO y ESTRAGÓN se consultan con la mirada.)

ESTRAGÓN.-(Como quien busca.) Bozzo..., Bozzo.
VLADIMIRO.-(Igual.) POZZO.
POZZO.-¡ Pppozzo!
ESTRAGÓN.- Ah!, POZZO, ya, ya... POZZO...
VLADIMIRO.-¿Es POZZO o Bozzo?
ESTRAGÓN.-POZZO...; no, no me dice nada.
ESTRAGÓN.-(Conciliador.) Conocí una familia Gozzo. La madre bordaba.
(POZZO avanza, amenazador.)

ESTRAGÓN.-(Vivamente.) Nosotros no somos de aquí, señor.
POZZO.-(Deteniéndose.) Sin embargo, son seres humanos. (Se pone las gafas.) Al menos por lo que veo. (Se quita las gafas.) De igual especie que la mía. (Suelta una enorme carcajada.) ¡De la misma especie que Pczzo! ¡ De origen divino!
VLADIMIRO.-O sea.
POZZO.-( Tajante.) ¿ Quién es Godot?
ESTRAGÓN .-¿ Godot?
POZZO.-Ustedes me han tomado por Godot.
VLADIMIRO.-¡ Oh, no señor! Ni por un momento, señor.
POZZO.-¿Quién es?
VLADIMIRO.-Pues es un..., es un conocido.
ESTRAGÓN.-Pero, vamos, no le conocemos casi.
VLADIMIRO.-Evidentemente..., no le conocemos muy bien...; no obstante...
ESTRAGÓN -Yo, desde luego, no le reconocería.
POZZO. –Ustedes me han confundido con él.
ESTRAGÓN. –Bueno..., la oscuridad, el cansancio..., la debilidad.... la espera...; reconozco... que por un momento... he creído...
VLADIMIRO.-¡ No le haga caso, señor, no le haga caso!
POZZO.-¿La espera? Entonces, ¿le esperaban?
VLADIMIRO.-Es decir...
POZZO.-¿Aquí? ¿En mis tierras?
VLADIMIRO.-No pensábamos hacer nada malo.
ESTRAGÓN.-Teníamos buenas intenciones.
POZZO.-El camino es de todos.
VLADIMIRO.-ES lo que nos decíamos.
POZZO.-Es una vergüenza, pero es así.
ESTRAGÓN.-NO hay nada que hacer.
POZZO.-(Con un gesto amplio.) No hablemos más de eso. (Tira de la cuerda.) ¡ De pie! (Pausa.) Cada vez que se cae, se queda dormido. (Tira de la cuerda.) ¡ De pie, carroña! (Ruido de LUCKY, que se levanta y coge su carga. POZZO tira de la cuerda.) ¡ Atrás! (LUCKY entra reculando.) ¡ Quieto! (LUCKY Se para.) ¡ Vuélvete! (LUCKY se vuelve. A VLADIMIRO y ESTRAGÓN, amablemente.) Amigos míos: me siento feliz por haberles encontrado. (Ante su expresión de incredulidad.) ¡ Pues claro, verdaderamente feliz! (Tira de la cuerda.) ¡ Más cerca! (LUCKY avanza.) ¡ Quieto! (LUCKY se detiene. A VLADIMIRO y ESTRAGÓN.) Ya Se sabe, el camino es largo cuando se anda solo durante... (Consulta su reloj.), durante... (Calcula.) seis horas, sí, justamente seis horas seguidas sin encontrar un alma. (A LUCKY.) ¡ Abrigo! (LUCKY pone la maleta en el suelo, avanza, entrega el abrigo, retrocede, vuelve a coger la maleta.) Toma. (POZZO le tiende el Látigo. LUCKY avanza y, al no tener más manos, se inclina y coge el látigo entre los dientes y después retrocede. POZZO comienza a ponerse el abrigo, pero se detiene.) ¡ Abrigo! (LUCKY lo deja todo en el suelo, avanza, ayuda a POZZO a ponerse el abrigo, retrocede y vuelve a cogerlo todo.) El aire es fresco. (Acaba de abotonarse el abrigo, se inclina, se mira, se yergue.) Látigo! (LUCKY avanza, Se inclina, POZZO le arranca el látigo de la boca, LUCKY retrocede.) Ya ven, amigos no puedo permanecer mucho tiempo sin la compañía de mis semejantes (Mira a sus dos semejantes.), aunque solo muy imperfectamente se me asemejen. (A LUCKY.) ¡Silla! (LUCKY deja la maleta y la cesta, avanza, abre la silla de tijera, la coloca, retrocede y vuelve a coger maleta y cesto. POZZO mira la silla.) ¡Más cerca! (LUCKY deposita maleta y cesto. Avanza, mueve la silla, retrocede, vuelve a coger maleta y cesto. POZZO se sienta, apoya el extremo de su latigo en el pecho de LUCKY y empuja.) ¡ Atrás! (LUCKY retrocede.) ¡Más atrás! (LUCKY vuelve a retroceder.) ¡ Quieto (LUCKY se detiene. A VLADIMIRO y ESTRAGÓN.) Por eso, con su permiso, me quedaré un rato junto a ustedes, antes de aventurarme más adelante. (A LUCKY.) ¡ Cesto! (LUCKY avanza entrega el cesto, retrocede.) El aire abre el apetito. (Abre el cesto, saca un trozo de pollo, un trozo de pan y una botella de vino. A LUCKY.) ¡ Cesto! (LUCKY avanza, coge el cesto, retrocede y queda inmóvil.) ¡ Más lejos! (LUCKY retrocede). ¡Ahí! (LUCKY se detiene.) ¡Apesta! (Bebe un trago en la mis ma botella.) ¡A nuestra salud! (Deja la botella y se pone comer.)

(Silencio. ESTRAGÓN y VLADIMIRO, envalentonándose poco a poco, giran alrededor de LUCKY y le miran por todas partes. POZZO muerde con voracidad el trozo de pollo y arroja los huesos después de chuparlos. LUCKY se doblega lentamente hasta que la maleta loca el suelo, se incorpora bruscamente y comienza otra vez a doblegarse siguiendo el ritmo de quien duerme de pie.)
ESTRAGÓN.-¿Qué tiene?
VLADIMIRO.-Tiene aspecto cansado.
ESTRAGÓN.-¿Por qué no deja el equipaje?
VLADIMIRO.-¿Y yo qué sé? (Se arriman a a él) ¡Cuidado!
ESTRAGÓN.-¿Y si le habláramos?
VLADIMIRO.-¡ Mira eso!
ESTRAGÓN.-¿El qué?
VLADIMIRO.-(Señalando.) El cuello.
ESTRAGÓN.-(Mirando el cuello.) No veo nada.
VLADIMIRO.-Ponte aquí.
(ESTRAGÓN se pone en el lugar de VLADIMIRO
ESTRAGÓN. –Es verdad.
VLADIMIRO. –En carne viva.
ESTRAGÓN.-ES la cuerda.
VLADIMIRO.-De tanto rozarle.
ESTRAGÓN.-Ya ves.
VLADIMIRO.-Es el nudo.
ESTRAGÓN.-Es fatal.

(Reanudan su inspección; se detienen en el rostro.)

VLADIMIRO.-NO está mal.
ESTRAGÓN.-(Encogiéndose de hombros, poniéndose de morros.) ¿Te parece?
VLADIMIRO.-Un poco afeminado.
ESTRAGÓN.-Babea.
VLADIMIRO.-ES natural.
ESTRAGÓN.-Echa espuma.
VLADIMIRO.-Quizá sea un idiota.
ESTRAGÓN.-Un cretino.
VLADIMIRO.-(Adelantando la cabeza.) Parece un escrofuloso.
ESTRAGÓN.-(LO mismo.) No es seguro.
VLADIMIRO.-Jadea.
ESTRAGÓN.-Es lo normal.
VLADIMIRO.-¡ Y sus ojos!
ESTRAGÓN.-¿ Qué tienen?
VLADIMIRO.-Se le salen.
ESTRAGÓN.-Para mí que está a punto de reventar.
VLADIMIRO.-NO se sabe. (Pausa.) Pregúntale algo.
ESTRAGÓN.-¿TÚ crees?
VLADIMIRO.-¿Qué se pierde con ello?
ESTRAGÓN.-(Tímidamente.) Señor.. -
VLADIMIRO.-Más alto.
ESTRAGÓN.-(Más alto.) Señor..
POZZO.-¡ Déjenlo en paz! (Se vuelven hacia POZZO, que ha terminado de comer y se limpia la boca con el dorso de la mano.) ¿No ven que quiere descansar? (Saca la pipa y empieza a llenarla. ESTRAGÓN ve los huesos de pollo por el suelo y los contempla ávidamente. POZZO enciende una cerilla y empieza a encender su pipa.) ¡Cesto! (LUCKY no se mueve, POZZO arroja la cerilla con rabia y tira de la cuerda.) ¡Cesto! (LUCKY, a punto de caer, se reincorpora, avanza, guarda !a botella en el cesto, vuelve a su sitio y se pone como estaba. ESTRAGÓN mira los huesos, POZZO saca otra cerilla y enciende su pipa.) Qué quieren ustedes, no es su oficio. (Aspira una bocanada, estira Las piernas.) ¡ Ah!, ahora estoy mejor.
ESTRAGÓN.-( Tímidamente.) Señor...
POZZO.-¿Qué hay, amigo?
ESTRAGÓN.-Esto. . .,¿usted no come... esto..., no necesita... los huesos..., señor?
VLADIMIRO.-(Irritado.) ¿No podías esperarte?
POZZO.-Pues, no; claro que no, es natural. ¿Que si necesito los huesos? (Los mueve con la punta del latigo.) No, personalmente no los necesito. (ESTRAGÓN da un paso hacia los huesos.) Pero.. - (ESTRAGÓN se detiene.) pero, en principio, los huesos pertenecen al que los ha llevado. Por tanto, es a él a quien tienen que preguntárselo. (ESTRAGÓN se vuelve hacia LUCKY, vacila.) Pregúnteselo, pregúnteselo, no tenga miedo, él se lo dirá.

(ESTRAGÓN se dirige hacia LUCKY, se detiene ante él.)

ESTRAGÓN.-Señor. - -, perdón, señor...

(LUCKY permanece impasible. POZZO hace cha quear su látigo. LUCKY levanta la cabeza.)
POZZO.-Te están hablando, cerdo. Contesta. (A ESTRAGÓN.) Ande.
ESTRAGÓN.-Perdón, señor, ¿quiere usted los huesos?

(LUCKY mira a ESTRAGÓN fijamente).

POZZO.-(A sus anchas.) ¡ Señor! (LUCKY baja la cabeza. ¡ Contesta! ¿Los quieres o no? (Silencio de LUCKY. A ESTRAGÓN.) Son para usted. (ESTRAGÓN se abalanza sobre los huesos, los recoge y comienza a roerlos.) Es extraño. Esta es la primera vez que me rechaza un hueso. (Mira inquietamente a LUCKY.) Espero que no me hará la faena de ponerse malo. (Chupa la pipa.)
VLADIMIRO. –(Estallando.) ¡Es una vergüenza!

(Silencio. ESTRAGÓN, estupefacto, cesa de roer y mira alternativamente a VLADIMIRO y a POZZO. POZZO, muy tranquilo. VLADIMIRO, en creciente agitación.)

POZZO.-(A VLADIMIRO.) ¿Se refiere usted a algo en particular?
VLADIMIRO.-(Decidido, farfullando.) ¡ Tratar a un hombre (Señala a LUCKY.) así... lo encuentro... un ser humano... no... es una vergúenza!
ESTRAGÓN.-(Haciéndole coro.) Un escándalo! (Vuelve a roer.)
POZZO.~Son ustedes duros. (A VLADIMIRO.) Si no es indiscreción, ¿qué edad tiene usted? (Silencio.) ¿Sesenta? ¿Setenta?... (A ESTRAGÓN.) ¿Cuántos años puede tener?
ESTRAGÓN.~Pregúnteselo a él.
POZZO.-Soy indiscreto. (Vacia, golpeándola con el látigo, la pipa; se levanta.) Los dejo. Gracias por haberme hecho compañía. (Reflexiona.) A no ser que me quede con ustedes a fumarme otra pipa. ¿Qué les parece? (Callan.) ¡ Oh!, soy un fumador regular, un fumador muy regular; no estoy acostumbrado a fumarme dos pipas seguidas, eso (Se lleva la mano al corazón.) me produce palpitaciones. (Pausa.) Es la nicotina; uno se la traga a pesar de todas las precauciones. (Suspira.) ¿Qué les parece? (Silencio.) Pero quizá ustedes no sean fumadores. ¿Sí? ¿No? Bueno, es un detalle. (Silencio.) Pero ¿cómo me sentaré con naturalidad ahora cuando ya me había levantado? Parecería que..., ¿cómo decirlo?..., claudico. (A VLADIMIRO.) ¿Decía usted? (Silencio.) ¿No decía usted nada? (Silencio.) No tiene importancia. Veamos... (Reflexiona.)
ESTRAGÓN.- Ah!, ahora me encuentro mejor. (Arroja los huesos.)
VLADIMIRO.-Vámonos.
ESTRAGÓN.-¿ Ya?
POZZO.-¡ Un momento! (Tira de la cuerda.) ¡ Silla! (La señala con el látigo, LUCKY la aparta.) ¡Más! ¡Allí! (Vuelven a sentarse. LUCKY retrocede y coge de nuevo la maleta y el cesto.) Ya estoy otra vez instalado! (Empieza a cargar su pipa)
VLADIMIRO.-Vámonos.
POZZO.-Confío en que no se irán por mí. Quédense un poco más, no lo lamentarán.
ESTRAGÓN.-(Oliéndose la limosna.) Tenemos tiempo
POZZO.-( Que ha encendido su pipa.) La segunda siempre es peor (Se quita la pipa de la boca, la contempla.¡ que la primera, quiero decir. (Vuelve a llevarse la pipa a la boca.) Pero también es buena.
VLADIMIRO.-Me voy.
POZZO.-No puede soportar mi presencia. Sin duda soy poco humano, pero ¿es eso una razón? (A VLADIMIRO.) Piénselo, antes de cometer una imprudencia. Supongamos que se va usted ahora, que aún es de día, porque, a pesar de todo, aún es de día. (Los tres miran hacia lo alto.. ¿Qué pasa en ese caso... (Se quita la pipa de la boca, la mira.)..., se me ha apagado (Enciende la pipa.), en ese caso..., Godet..., Godot..., Godin... (Silencio.); bueno, ya saben ustedes a quien me refiero, del que depende su por venir.. - (Silencio.), bueno, su porvenir inmediato?
ESTRAGÓN.-Tiene razón.
VLADIMIRO.-¿Cómo lo sabía usted?
POZZO.-¡ Vaya, hombre! ¡ Ya vuelve a dirigirme la palabra! Acabaremos por cogernos caríño.
ESTRAGÓN.-¿Por qué no suelta la carga?
POZZO.-A mí también me gustaría encontrarle. Cuanta más gente encuentro, más feliz soy. Con la criatura más insignificante uno aprende, se enriquece, saborea mejor su felicidad. Ustedes (Los mira detenidamente un tras otro para que ambos se sepan mirados.), ustede mismos, ¿quién sabe?, es posible que me hayan dado algo.
ESTRAGÓN.-¿Por qué no suelta la carga?
POZZO.-Pero eso me extrañaría.
VLADIMIRO.-Se le ha hecho una pregunta.
POZZO.-(Absorto.) ¿Una pregunta? ¿Quién? ¿Cuál? (Silencio.) Hace un momento me llamaban señor, temblado. Ahora me hacen preguntas. Esto va a acabar mal.
VLADIMIRO. –Me parece que te escucha.
ESTRAGÓN. –(Que ha vuelto a girar en torno a LUCKY) ¿Qué?
VLADIMIRO.-Pregúntale ahora. Está preparado.
ESTRAGÓN.-¿Que le pregunte qué?
VLADIMIRO.-¿Por qué no suelta la carga?
ESTRAGÓN.-Es lo que yo quisiera saber
VLADIMIRO.-Anda, pregúntaselo
POZZO.-(Que ha seguido su diálogo con atención expectante, temiendo que la pregunta se pierda.) Me preguntan ustedes que por qué no suelta su carga, como ustedes dicen.
VLADIMIRO.-Eso.
POZZO.-(A ESTRAGÓN.) ¿Está usted de acuerdo?
ESTRAGÓN.-( Que sigue girando en torno a LUCKY.) Resopla como una foca.
POZZO.-Voy a contestarles. (A ESTRAGÓN.) Pero estese quieto, se lo suplico, me pone usted nervioso.
VLADIMIRO.-Ven aquí.
ESTRAGÓN.-¿ Qué pasa?
VLADIMIRO.-Va a hablar

(Inmóviles, pegados el uno al otro, escuchan.)

POZZO.-Perfecto. ¿Están todos? ¿Me miran todos? (Mira a LUCKY, tira de la cuerda. LUCKY levanta la cabeza.) Mírame, cerdo. (LUCKY le mira.) Perfecto. (Guarda la pipa en el bolsillo, saca un pulverizador, se rocía la garganta y vuelve a guardarlo en el bolsillo, carraspea, escupe, vuelve a sacar el pulverizador, se rocía la garganta y vuelve a guardarlo en el bolsillo.) Estoy preparado. ¿Me escuchan todos? (Mira a LUCKY y tira de la cuerda.) ¡ Avanza! (LUCKY avanza.) ¡ Ahí! (LUCKY se detiene.) ¿Están todos preparados? (Mira a los tres, en último lugar a LUCKY, y tira de la cuerda.) ¿Ahora? (LUCKY levanta la cabeza.) No me gusta hablar sin que me escuchen. Bueno. Veamos. (Reflexiona.)
ESTRAGÓN.-Me voy
POZZO.-¿Qué es exactamente lo que me han preguntado?
VLADIMIRO. -¿Por qué?
POZZO. –(Colérico.) ¡No me interrumpan! (Pausa. Más tranquilo.) Si hablamos todos a un tiempo, no acabaremos nunca. (Pausa.) ¿Qué estaba diciendo? (Pausa. Más alto.) ¿Qué estaba diciendo?

(VLADIMIRO imita a alguien que lleva una pesada carga. POZZO le mira sin comprender.)

ESTRAGÓN.-(Con fuerza.) ¡ Carga! (Señala hacia LUCKY) ¿Por qué la lleva siempre. (Imita al que se inclina por el peso, jadeando.) Nunca la deja. (Abre las manos y se levanta, aliviado.) ¿Por qué?
POZZO.-Ya caigo. Haberlo dicho antes. ¿Por qué no se pone cómodo? Tratemos de ver claro. ¿No tiene derecho? Sí. Entonces, ¿es que no quiere? El razonamiento es válido. ¿Y por qué no quiere? (Pausa.) Señores, se lo voy decir.
VLADIMIRO.-¡ Atención!
POZZO.-Para impresionarme, para que no le despida
ESTRAGÓN.-¿ Qué?
POZZO.-Quizá me haya explicado mal. Intenta inspirarme compasión para que renuncie a separarme de él. No, no es exactamete esto.
VLADIMIRO.-¿Quiere usted desprenderse de él?
POZZO.-El quiere quedarse conmigo, pero no se quedará.
VLADIMIRO.-¿Quiere usted desprenderse de él?
POZZO.-Piensa que, viéndole tan buen cargador, le colocaré como tal.
ESTRAGÓN.-¿NO quiere usted?
POZZO.-En realidad, carga como un cerdo. No es su oficio.
VLADIMIRO.-¿Quiere usted desprenderse de él?
POZZO.-Se imagina que, al verle infatigable, me arepentiré. Ese es su miserable cálculo. ¡ Como si me faltaran a mí peones! (Los tres miran a LUCKY.) ¡ Atlas, hijo Júpiter! (Silencio.) Y ya está. Yo creo que he contestado a su pregunta, ¿Tienen ustedes alguna otra que hacer? (Juego del pulverizador.)
VLADIMIRO. –¿Quiere usted desprenderse de él?
POZZO. –Piensen que yo hubiera podido estar en su lugar y él en el mío. Si el azar no se hubiera opuesto. A cada cual lo que se merece.
VLADIMIRO.-¿Quiere usted desprenderse de él?
POZZO.-¿Qué dice usted?
VLADIM1RO.-¿Quiere usted desprenderse de él?
POZZO.-Efectivamente. Pero en lugar de echarle, como hubiera podido hacer, quiero decir, en lugar de ponerle simplemente en la puerta a patadas en el culo, es tal mi bondad, que lo llevo al mercado de San Salvador, donde espero sacar algo de él. Aunque, a decir verdad, a seres como este no se les puede echar. Para hacerlo bien, habría que matarlos.
(LUCKY Llora.)
ESTRAGÓN.-Llora.
POZZO.-Los perros viejos tienen más dignidad. (Le da su pañuelo a ESTRAGÓN.) Puesto que le compadece, consuélelo. (ESTRAGÓN vacila.) Tome. (ESTRAGÓN coge el pañuelo.) Séquele los ojos. Así se sentirá menos abandonado. (ESTRAGÓN sigue vacilando.)
VLADIMIRO.-Dame, lo haré yo.

(ESTRAGÓN no quiere darle el pañuelo. Gestos infantiles.)

POZZO.-Venga, venga. Pronto ya no llorará. (ESTRAGÓN Se acerca a LUCKy y se dispone a secarle los ojos. LUCKY le pega una violenta patada en las tibias. ESTRAGÓN suelta el pañuelo, se echa atrás y da la vuelta al escenario cojeando y gritando de dolor.) Pañuelo. (LUCKY deja la maleta y el cesto, coge el pañu&o, avanza, se lo entrega a POZZO, retrocede y coge la maleta y el cesto.)
ESTRAGÓN.- Cochino! ¡ Animal! (Se levanta el pantalón.) ¡ Me ha baldado!
POZZO.-Ya les advertí que no le gustaban las personas extrañas.
VLADIMIRO.-(A ESTRAGÓN.) Déjame ver. (ESTRAGÓN le enseña su pierna. A POZZO, con cólera.) ¡ Sangra!
POZZO. –Eso es buena señal.
ESTRAGÓN. –(Con la pierna herida descubierta.) ¡Ya no podré andar!
VLADIMIRO.-(Tiernamente.) Yo te llevaré. (Pausa.) caso necesario.
POZZO.-Ya no llora. (A ESTRAGÓN.) Usted le ha sustuido en cierto modo. Las lágrimas del mundo son inmutables. Por cada uno que empieza a llorar, en otra parte hay otro que cesa de hacerlo. Lo mismo pasa con la risa. (Ríe.) No hablemos, pues, mal de nuestros tiempos; son peores que los pasados. (Silencio.) Claro que tampoco debemos hablar bien. (Silencio.) No hablemos. (Silencio.) Es cierto que la población ha aumentado.
VLADIMIRO.-Intenta andar.

(ESTRAGÓN anda cojeando, se detiene ante LUCKY y le escupe; después va a sentarse donde estaba al levantarse el telón.)

POZZO.-¿Saben ustedes quién me ha enseñado todas estas cosas tan hermosas? (Pausa. Apuntando su dedo hacia LUCKY.) ¡El!
VLADIMIRO.-(Mirando al cielo.) ¿No llegará la noche nunca?
POZZO.-Sin él, jamás habría pensado ni sentido más que cosas bajas relacionadas con mi oficio de..., no importa qué. Me sabía incapaz de la belleza, la gracia, la verdad suprema. Entonces cogí un «knut».
VLADIMIRO.-(A pesar Suyo, dejando de contemplar cielo.) ¿Un «knut»?
POZZO.-Pronto hará sesenta años de esto... (Calcula mentalmente.), sí, muy pronto, sesenta. (Se yergue gallardamente.) No los aparento, ¿verdad? (VLADIMIRO mira a LUCKY.) Al lado de él, yo parezco un hombre joven, ¿no? (Pausa. A LUCKY.) ¡ Sombrero! (LUCKY deja el cesto y se quita el sombrero. Por Su rostro cae una espesa cabel blanca. Coge el sombrero bajo el brazo y vuelve a coger el cesto.) Ahora, miren. (POZZO se quita su sombrero. Es completamente calvo. Vuelve a ponerse el sombrero.) ¿Han visto ustedes?
VLADIMIRO. –¿Qué es un knut?
POZZO.-Ustedes no son de aquí. ¿Son ustedes de estos tiempos? Antiguamente había bufones. Ahora se tienen «knuts». Quienes pueden permitírselo.
VLADIMIRO.-¿Y ahora lo echa? ¿A un servidor tan viejo, tan fiel?
ESTRAGÓN.-Basura.
(POZZO, cada vez más agitado.)

VLADIMIRO.-Después de haberle chupado la sangre lo tira como una.. - (Busca la expresión.), como una piel de p]átano. Confiese que..
POZZO.-(Gimiendo, llevándose las manos a la cabeza.) No puedo... sopartar.. lo que hace..., no pueden saber..., es horrible..., es necesario que se vaya... (Levanta los brazos.), me vuelvo loco. -. (Queda abatido, con la cabeza entre los brazos.) No puedo más..., no puedo más...

(Silencio. Todos miran a POZZO. LUCKY se estremece.)

VLADIMIRO.-NO puede más.
ESTRAGÓN.-ES horrible.
VLADIMIRO.-Se vuelve loco.
ESTRAGÓN. –Es repugnante.
VLADIMIRO. –(A LUCKY.) ¿Cómo se atreve? ¡ Es vergonzoso! ¡ Un amo tan bueno! ¡ Hacerle sufrir así! ¡ Al cabo de tantos años! Verdaderamente!...
POZZO. -(Sollozando.) Antes... era amable..., me ayudaba..., me distraía..., me hacía mejor...; ahora... me ha asesinado...
ESTRAGÓN.-(A VLADIMIRO.) ¿Quiere sustituirle?
VLADIMIRO.-¿ Cómo?
ESTRAGÓN. –No he entendido si quiere sustituirle o si no lo quiere a su lado.
VLADIMIRO.-NO lo creo.
ESTRAGÓN.-¿ Cómo?
VLADIMIRO.-NO sé.
ESTRAGÓN.-Hay que preguntárselo.
POZZO. –(Tranquilo) Señores, no sé qué me ha pasado. Les pido perdón. Olviden todo esto. (Cada vez más dueño de sí.) No se muy bien que he dicho, pero pueden tener la seguridad de que no ha habido ni una palabra de verdad en todo esto. (Se levanta y se golpea el pecho.) ¿Tengo el aspecto de un hombre a quien se hace sufrir? ¡ Vamos! (Hurga en sus bolsillos.) ¿Qué ha sido de mi pipa?
VLADIMIRO.~Encantadora reunión.
ESTRAGÓN.~Inolvidable.
VLADIMIRO.-Y aún no ha terminado.
ESTRAGÓN.-Eso parece.
VLADIMIRO.-NO ha hecho más que empezar.
ESTRAGÓN.-Es terrible.
VLADIMIRO.-Se diría que estamos en un espectáculo
ESTRAGÓN.~En el circo.
VLADIMIRO.-En una revista.
ESTRAGÓN.-En el circo.
POZZO.-Pero ¿qué ha sido de mi pipa?
ESTRAGÓN.- Qué juerga! Ha perdido su cachimba. (Ríe ruidosamente.)
VLADIMIRO.-Ahora vuelvo. (Se dirige hacia los bastidores.)
ESTRAGÓN.-Al fondo del pasillo, a la izquierda.
VLADIMIRO.~Guárdame el sitio. (Sale.)
POZZO.-¡ He perdido mi Abdula!
ESTRAGÓN.~(Retorciéndose.) ¡ Es para troncharse!
POZZO.~(Levantando la cabeza.) Ustedes no habrá visto... (Se da cuenta de la ausencia de VLADIMIRO.) ¡Oh, se ha marchado!... Sin decirme adiós. Eso no está bien. Hubiera usted debido retenerle.
ESTRAGÓN.-NO ha hecho falta.
POZZO.-¡ Oh! (Pausa.) Menos mal.
ESTRAGÓN.-Venga aquí.
POZZO.-¿Para qué?
ESTRAGÓN.-Ya verá.
POZZO.~¿Quiere que me levante?
ESTRAGÓN.-Venga..., venga, de prisa.

(POZZO se levanta y se dirige hacia ESTRAGÓN)
ESTRAGÓN. –¡Mire!
POZZO. -¡Vaya, vaya!
ESTRAGÓN. –Se acabó.

(VLADIMIRO vuelve, serio; empuja a LUCKY, tira la silla plegable de una patada y camina por el escenario agitadamente.)

POZZO.-¿No está contento?
ESTRAGÓN.-Te has perdido algo estupendo. ¡Qué lástima!

(VLADIMIRO se detiene, levanta la silla pleglable y vuelve a recorrer el escenario, más tranquilo.)

POZZO.-Se calma. (Mira alrededor.) Por otra parte, todo se calma, lo percibo. Se hace una gran paz. Escuchen. (Levanta la mano.) Pan duerme.
VLADIMIRO.-(Deteniéndose.) ¿No acabará de llegar la noche?

(Los tres miran al cielo.)
POZZO.-¿No les conviene marcharse antes?
ESTRAGÓN.-Es decir..., comprenda usted.
POZZO.-Es natural, todo es natural. En su lugar, yo mismo, si estuviera citado con un Godin..., Godet..., Godot, bueno, ya saben ustedes a quién me refiero, esperaría a que cerrara la noche antes de marcharme. (Mira la si!la.) Me gustaría mucho volver a sentarme, pero no se cómo hacerlo.
ESTRAGÓN.-¿Puedo ayudarle?
POZZO.-Si me lo pidiera, quizá.
ESTRAGÓN.-¿ Qué?
POZZO.-Si me pidiera que me siente.
ESTRAGÓN.-¿ESO le ayudaría?
POZZO.Me parece que sí.
ESTRAGÓN.-Pues, entonces, siéntese, señor, se lo ruego.
POZZO.-No, no, no vale la pena. (Pausa. En voz baja). Insista un poco.
ESTRAGÓN.-Pero, vamos, no se quede de pie, va a coger frío.
POZZO.-¿Usted cree?
ESTRAGÓN. –Estoy absolutamente seguro.
POZZO. –Sin duda tiene usted razón. (Vuelve a sentarse.) Pero tengo que dejarles si no quiero retrasarme.

VLADIMIRO. –El tiempo se ha detenido.
POZZO. –(Acercandose el reloj al oido) No lo crea, señor. (Guarda el reloj en el bolsillo.) Todo lo que usted quiera, menos eso.
ESTRAGÓN.-(A POZZO.) Hoy todo lo ve negro.
POZZO. –Salvo el firmamento. (Rie, contento de la frase feliz.) Paciencia, ya llegará. Pero ya sólo que pasa: ustedes no son de aquí y aún no saben cómo son nuestro crepúsculos. ¿Quieren que se lo diga? (Silencio. ESTRAGÓN y VLADIMIRO se ponen a examinar, aquel su zapato y este su sombrero. El sombrero de LUCKY cae, sin que se dé cuenta.) Me gustaría satisfacerlos. (Juego de pulverizador.) Por favor, un poco de atención. (ESTRAGÓN y VLADIMIRO continúan en lo suyo. LUCKY está medio dormido POZZO restalla el Látigo, que produce un ruido muy débil) ¿Qué le pasa a este látigo? (Se levanta y le hace restallar con más fuerza, con éxito al fin. LUCKY se sobresalta. A ESTRAGÓN y VLADIMIRO se les caen el zapato y el sombrero respectivamente. POZZO arroja el látigo.) Este látigo ya no vale para nada. (Mira a Su auditorio.) ¿Qué estaba diciendo?
VLADIMIRO.-Vámonos.
ESTRAGÓN.-Pero no se quede ahí de pie, va a enfermar
POZZO.-Es verdad. (Vueive a sentarse. A ESTRAGÓN)¿Cómo se llama usted?
ESTRAGÓN.-(Sin vacilar.) Cátulo.
POZZO.-(Que no ha escuchado.) ¡Ah, sí, la noche! (Levanta la cabeza.) Pero presten un poco más de atención si no, no acabaremos nunca. (Mira al cielo.) Miren. (Todos miran, excepto LUCKY, que ha vuelto a adormecerse. POZZO se da cuenta y tira de la cuerda.) ¿Quieres mirar al cielo, cerdo? (LUCKY vuelve la cabeza.) Bueno, basta. (Bajan la cabeza.) ¿Qué tiene de extraordinario? ¿Cómo cielo? Es palido y luminoso, como cualquier otro cielo a esta misma hora. (Pausa.) En estas latitudes. (Pausa) Cuando hace buen tiempo. (Su voz adquiere un tono cantarino.) Hace una hora (Mira su reloj; en tono prosaico.) aproximadamente (Otra vez en tono lírico.), después de habernos enviado desde... (Vacila, en tono bajo.) pongamos las diez de la mañana... (Levanta la voz.), sin cesar torrentes de luz roja y blanca, ha comenzado a perder su resplandor, a palidecer (Gesto con las dos manos, que baja escalonadamente.), a palidecer, siempre un poco más, un poco más, hasta que (Pausa dramática, ancho gesto horizontal con ambas manos que se separan.), ¡ zas!, ¡ se acabó!, ¡ya no se mueve! (Silencio.) Pero (Levanta la mano como advertencia.), pero tras ese velo de dulzura y calma (Levanta los ojos hacia el cielo, imitándole los demás, excepto LUCKY.) la noche galopa (La voz se hace más vibrante.) y vendrá a arrojarse sobre nosotros (Chasquea los dedos.), ¡ paff!, así (Se le va la inspiración.), cuando menos esperemos. (Silencio. Voz taciturna.) Eso es lo que pasa en esta puta tierra.

(Largo silencio.)
ESTRAGÓN.~Desde el momento en que Se está prevenido...
VLADIMIRO.~Se puede esperar
ESTRAGÓN.~Ya sabemos a qué atenernos.
VLADIMIRO.-No hay por qué inquietarse
ESTRAGÓN.-NO hay más que esperar
VLADIMIRO.~Estamos acostumbrados. (Recoge su sombrero, mira en su interior, lo sacude y se lo pone.)
POZZO.-¿Qué les ha parecido? (ESTRAGÓN y VLADIMIRO se miran sin comprender.) ¿Bien? ¿Regular? ¿Pasable? ¿ Cualquier cosa? ¿ Francamente mal?
VLADIMIRO.~(Comprendiendo en seguida.) ¡ Oh, muy bien, francamente bien!
POZZO.-(A ESTRAGÓN.) ¿Y a usted, señor?
ESTRAGÓN.-(Con acento inglés.) ¡ Oh muy bueno, muy, muy, muy, bueno!
POZZO.-(En un arranque.) ¡ Gracias, señores! (Pausa.) ¡ Tengo tanta necesidad de estímulo! (Medita). Al final estuve un poco más flojo. ¿No se han dado cuenta?
VLADIMIRO.-¡ Oh, quizá un poquitín!
ESTRAGÓN.-Creí que lo hacía adrede.
POZZO. –Es que tengo mala memoria.

(Silencio.)

POZZO.-(Desolado.) ¿Se aburre usted?
ESTRAGÓN.-Más bien, sí.
POZZO.-(A VLADIMIRO.) ¿Y usted, señor?
VLADIMIRO.-NO lo encuentro alegre.

(Silencio. POZZO lucha interiormente.)

POZZO.-Señores, han estado ustedes conmigo. - - (Busca la palabra.) atentos.
ESTRAGÓN.- Qué va!
VLADIMIRO.-¡ Vaya ideas!
POZZO.-Pues claro que sí, han estado ustedes correctos. De tal forma, que me pregunto: ¿Qué podría hacer yo por estas excelentes personas que se aburren?
ESTRAGÓN.-No nos vendría mal una propina.
VLADIMIRO.-NO somos mendigos.
POZZO.-Lo que yo me pregunto es qué puedo hacer para que el tiempo se les haga menos largo. Les he dado huesos, les he hablado de multitud de cosas, les he explicado el crepúsculo, de acuerdo. Pero veamos: ¿es esto suficiente..., esto es lo que me tortura..., es suficiente?
ESTRAGÓN.-Aunque solo fueran unas perras.
VLADIMIRO.-¡ Cállate!
ESTRAGÓN.-Me voy
POZZO.-¿Basta esto? Sin duda. Pero yo soy generoso. Es mi temperamento. Hoy. Peor para mí. (Tira de la cuerda. LUCKY le mira.) Porque voy a sufrir, no cabe duda (Sin levantarse, se inclina y coge el látigo.) ¿Qué prefieren ustedes? ¿Que baile, que cante, que recite, que piense, que...
ESTRAGÓN.-¿ Quién?
POZZO.-¡ Quién! ¿Ustedes saben pensar?
VLADIMIRO.-¿ El piensa?
POZZO.-Perfectamente. En voz alta. Antes, incluso pensaba bellamente y yo podía escucharle durante horas y horas. Ahora... (Se estremece.) Bueno, mala suerte. Así pues, ¿quieren ustedes que nos piense algo?
ESTRAGÓN. –A mí me gustaría más que que bailara; sería más divertido.
POZZO. –No tiene por qué serlo.
ESTRAGÓN.-¿NO es verdad, Didi, que sería más divertido?
VLADIMIRO.-A mí me gustaría más oírle pensar.
ESTRAGÓN--¿Y no podría primero bailar y después pensar? Si no es mucho pedirle.
VLADIMIRO.-(A POZZO.) ¿ Es posible?
POZZO.-Naturalmente, nada más fácil. Además, es el orden natural. (Risa corta.)
VLADIMIRO.-Entonces, que baile.

(Silencio.)

POZZO.-(A LUCKY.) ¿Has oído? ESTRAGÓN.-¿Nunca se niega?
POZZO.-Ahora mismo se lo explicaré. (A LUCKY.) ¡ Baila, asqueroso!

(LUCKY deja la maleta y el cesto, avanza un poco hacia la batería y se vuelve hacia POZZO. ESTRAGÓN se levanta para verlo mejor. LUCKY baila. Se detiene.)

ESTRAGÓN.-¿Eso es todo?
POZZO.-¡ Sigue!

(LUCKY repite los mismos movimientos; se detiene.)

ESTRAGÓN.-¡ Vaya, cerdito! (imita los movimientos de LUCKY.) Eso lo hago yo. (Le imita y está a punto de caer.) Con un poco de entrenamiento.
VLADIMIRO.-Está cansado.
POZZO.-Antes bailaba la farandola, la almea, el vaivén, la giga, el fandango e incluso el «hornpipe». Saltaba. Ahora ya solo hace esto. ¿Saben cómo se llama?
ESTRAGÓN.-“La muerte del lamparero”.
VLADIMIRO.-“El cáncer de los ancianos”.
POZZO.-“La danza de la red”. Se cree cogido en una red.
VLADIMIRO. –(Con un gesto de entendimiento.) Hay algo...

(LUCKY se dispone a volver hacia su carga.)
POZZO. –(Como un caballo.) ¡Sooo!
(LUCKY queda inmóvil)
ESTRAGÓN.~¿Nunca se niega?
POZZO.-Se lo voy a explicar. (Busca en sus bolsillos.) Esperen. (Busca.) ¿Dónde está mi perilla? (Sigue buscando.) Lo que me faltaba! (Levanta la cabeza estupefacto. Con voz moribunda.) He perdido mi pulverizador!
ESTRAGÓN.~(Con voz moribunda.) Mi pulmón izquierdo está muy débil. (Tose débilmente. Con voz de trueno.) Pero mi pulmón derecho está perfectamente!
POZZO. –(Con voz normal.) Que se fastidie, prescindiré de él! ¿Qué estaba diciendo? (Reflexiona.) Lo que me faltaba! (Levanta la cabeza.) Ayúdenme.
ESTRAGÓN.~Estoy buscando.
VLADIMIRO.-YO también.
POZZO.-¡ Miren!
(Los tres se descubren simultáneamente, se llevan la mano a la frente y se concentran impacientes. Largo silencio.)

ESTRAGÓN.~(Triunfalmente.) ¡Ah!
VLADIMIRO.-Lo ha encontrado.
POZZO.~(Impaciente.) ¿Qué hay?
ESTRAGÓN.-¿Por qué no deja los butos en el suelo?
VLADIMIRO.-Nada de eso.
POZZO.-¿Está usted seguro?
VLADIMIRO.-Vamos, si ya nos lo ha dicho.
POZZO.-¿Se lo he dicho ya?
ESTRAGÓN.-¿NOS lo ha dicho ya?
VLADIMIRO.-Por lo demás los ha dejado.
ESTRAGÓN.-( Mira hacía LUCKY.) Es verdad. ¿Entonces?.
VLADIMIRO.-Puesto que ha dejado los bultos en el suelo, es imposible que hayamos preguntado por qué no deja.
POZZO.-Muy bien razonado.
ESTRAGÓN. -¿Y por qué lo has dejado?
POZZO.-Eso.
VLADIMIRO.-Para bailar.
ESTRAGÓN.-Es verdad.
POZZO. –(Levantando la mano.) ¡Escuchen! (Pausa.) No digan nada. (Pausa.) Eso es. (Se pone su sombrero.) Ya estoy.

(ESTRAGÓN y VLADIMIRO se vuelven a poner sus sombreros.)

VLADIMIRO.-LO ha encontrado.
POZZO.-Vean cómo ocurre esto.
ESTRAGÓN.-¿De qué se trata?
POZZO.-Ahora lo verán. Pero es muy difícil decirlo.
VLADIMIRO.-NO lo diga.
POZZO.-¡ Oh!, no tengo miedo, llegaré. Pero quiero ser breve porque se hace tarde. Díganme el medio de ser breve y al mismo tiempo claro. Déjenme reflexionar.
ESTRAGÓN.-Sea largo, eso será menos largo.
POZZO.-( Que ha reflexionado.) Eso será. Piensen ustedes, una de dos.
ESTRAGÓN.-ES el delirio.
POZZO.-O le pido cualquier cosa: bailar, cantar, pensar.
VLADIMIRO.-ESO, eso, hemos comprendido.
POZZO.~O no le pido nada. Bueno. No me interrumpan. Supongamos que le pido... bailar, por ejemplo. ¿Qué ocurre?
ESTRAGÓN.-Se pone a silbar.
POZZO.-(Irritado.) No diré una palabra más.
VLADIMIRO -Continúe, se lo ruego.
POZZO.-Me interrumpen constantemente.
VLADIMIRO.-Siga, siga, es apasionante.
POZZO. –Insistan un poco.
ESTRAGON.-(Juntando las manos.) Se lo ruego, señor, continúe su relato.
POZZO.-¿Dónde estaba?
VLADIMIRO.-Usted le pedía que bailara.
ESTRAGÓN.-Que cantara.
POZZO.-Eso es, le pido que cante. ¿Qué ocurre? O bien canta, como le pido, o bien, en lugar de cantar, como le había pedido, se pone a bailar, por ejemplo, o a pensar, o a.
VLADIMIRO.-Está claro, está claro, coordínelo.
ESTRAGÓN.- Basta!
VLADIMIRO.-Sin embargo, esta noche hace todo lo que le pide.
POZZO. –Es para enternecerme, para que le conserve a mi lado.
ESTRAGÓN.~Todo esto son cuentos.
VLADIMIRO. –No es seguro.
ESTRAGÓN.-En seguida nos dirá que en todo esto no ha habido una palabra de verdad.
VLADIMIRO.-¿NO protesta?
POZZO.~Estoy cansado.
(Silencio.)


ESTRAGÓN.-NO pasa nada, nadie viene, nadie se va. Es terrible.
VLADIMIRO.-(A POZZO.) Dígale que piense.
POZZO.-Déle su sombrero.
VLADIMIRO.-¿ Su sombrero?
POZZO.-No puede pensar sin sombrero.
VLADIMIRO.-(A ESTRAGÓN.) Dale su sombrero.
ESTRAGÓN.-¡ Yo! Después del golpe que me ha dado! ¡ Nunca!
VLADIMIRO.-Se lo daré yo. (No se mueve.)
ESTRAGÓN.-Que vaya él a buscarlo.
POZZO.-Es mejor dárselo.
VLADIMIRO.-Se lo voy a dar. (Coge e! sombrero y se lo ofrece a LUCKY con el brazo extendido. LUCKY no se mueve.)
POZZO.-Es necesario ponérselo.
ESTRAGÓN.-(A POZZO.) Digale usted que lo coja.
POZZO.-Es mejor ponérselo.
VLADIMIRO.-Voy a ponérselo. (Rodea a LUCKY con precaución, acercándose dulcemente por detrás; !e pone el sombrero y retrocede prontamente. LUCKY no se mueve. Silencio.)
ESTRAGÓN.~¿ Qué espera?
POZZO.-¡ Aléjense! (ESTRAGÓN y VLADIMIRO se alejan dd LUCKY. POZZO tira de la cuerda. LUCKY le mira.) Piensa cerdo! (Pausa. LUCKY empieza a bailar.) ¡ Párate! (LUCKY, se detiene.) ¡Acércate! (LUCKY se dirige hacia POZZO.) ¡ Ahí! (LUCKY se para.) ¡ Piensa! (Pausa.)
LUCKY. –Por otra parte, por lo que respecta...
POZZO.-¡ Párate! (LUCKY Se calla.) Atrás! (LUCKY retrocede.) Ahí (Lucky se para.) Riá (LUCKY se vuelve hacia el público.) ¡Piensa!
LUCKY. –(En tono monotono) Dada la existencia tal como surge de los recientes trabajos públicos de Pinçon y Wattmann de un Dios personal cuacuacuacua barba blanca cuacua fuera del tiempo del espacio que desde lo alto de su divina apatía su divina atambía Su divina afasia nos ama mucho con algunas excepciones no se sabe por que pero eso llegará y sufre tanto como la divina Mirando con aquellos que son no se sabe porque pero se tiene tiempo en el tormento en los fuegos cuyos fuegos las llamas a poco que duren todavía un poco y quien puede dudar incendiarán al fin las vigas asaber llevaran el infierno a las nubes tan azules por momentos aun hoy y tranquilas tan tranquilas con una tranquilidad que no por ser intermitente es menos bienvenida pero no anticipemos y considerando por otra parte que como consecuencia de las investigaciones inacabadas no anticipemos las búsquedas inacabadas pero sin embargo coronada por la Acacacacademia de Antoropopopometría de Berna en Bresse de Testu y Conard Se ha establecido sin otra posibilidad de error que lareferente a los cálculos humanos que como consecuencia de las investigaciones inacabadas inacabadas de Testu y Conard ha quedado establecido tablecido tablecido lo que sigue que sigue que Sigue asaber pero no anticipemos no se sabe porque como consecuencia de los trabajos de Pincon y Wattmann resulta tan claro tan claroque en vista de los trabajos de Fartov y Belcher inacabados inacabados no se sabe por qué de Testu y Conard inacabados incabados resulta que el hombre contrariamente a la opinión contraria que el hombre en Bresse de Testu y Conard que el hombre en fin en una palabra que el hombre en una palabra en fin a pesar de los progresos de la alimentación y de eliminación de los residuos está a punto de adelgazar y al mismo tiempo paralelamente no se sabe por qué a pesar del impulso de la cultura física de la práctica de los deportes tales tales tales como el tennis el fútbol las carreras y a pie y en bicicleta la natación la equitación la aviación la conación el tennis el remo el patinage y sobre hielo y sobre asfalto el tennis la aviación los deportes los deportes de invierno de verano de otoño el tennis sobre hierba sobre abeto sobre tierra firme la aviación
el tennis el hockey sobre tierra sobre mar y en los aires la penicilina y sucedáneos en una palabra vuelvo al mismo tiempo paralelamente a reducir no se sabe por qué a pesar el tenis vuelvo la aviación el golf tanto a nueve como a dieciocho hoyos el tenis sobre hielo en una palabra no se sabe por qué en Seine Seie-et-Oise Seine-et-Marne Marne-et-Qise asaber al mismo tiempo paralelamente no se sabe por qué de adelgazar encoger vuesvo Qise Marne en una palabra la pérdida seca por barba desde la muerte de Voitaire siendo del orden de dos dedos cien gramos por barba aproximadamente por término medio poco más o menos cifras redondas buen peso desvestido en Normandía no se sabe por qué en una palabra en fin poco importan los hechos está ahí y considerando por otra parte lo que todavía es más grave que surge lo que todavía es más grave a la luz la luz de las experiencias actuales de Steinweg y Peterman surge lo que todavía es más gran que surge lo que todavía es más grave a la luz de la luz de las experiencias abandonadas de Steinweg y Peterman que en el campo en la montaña y a orilla del mar y de los cursos de agua y de fuego el aire es el mismo y la tierra asaber el aire y la tierra por los grandes fríos el aire y la tierra hechos para las piedras por los grandes fríos ay en la séptima de su era el eter la tierra el mar para las piedras por los grandes fondos los grandes fríos sobre mar sobre tierra y en los aires poco - querido vuelvo no se sabe por qué a pesar del tennis los hechos están ahí no se sabe por qué vuelvo al siguiente en una palabra en fin ay al siguiente por las piedras que puede dudar vuelvo pero no anticipemos vuelvo la cabeza la cabeza en Normandía a pesar del tenis los trabajos abandonados inacabados más grave las piedras en una palabra vuelvo ay ay abandonados inacabados la cabeza la cabeza en Normandía a pesar del tenis la cabeza ay las piedras Conard Conard. (Mèlée. LUCKY lanza aún algunos gritos.) ¡ Tenis!... ¡ Las piedras!!!... ¡ Tan tranquilas!... ¡ Conard!... ¡ Inacabados!...
POZZO.-Su sombrero.


(VLADIMIRO se apodera del sombrero de LUCKY, que se calla y cae. Gran silencio. Los vencedores jadean.)

ESTRAGÓN.~Estoy vengado.

(VLADIMIRO contempla el sombrero de LUCKY y mira adentro.)

POZZO.~¡ Déme eso! (Le arranca el sombrero a VLADIMIRO, !o arroja al sue!o y lo pisotea.) ¡ Así no pensará más!
VLADIMIRO.-Pero ¿ podrá orientarse?
POZZO.~Yo le orientaré. (Pega paladas a LUCKY.) ¡ De pie! ¡Puerco!
ESTRAGÓN.~Quizá esté muerto.
VLADIMIRO.~Va usted a matarlo.
POZZO.-¡ De pie! ¡ Carrofla! (Tira de la cuerda. LUCKY resbala. A ESTRAGÓN y VLADIMIRO.) ¡ Ayúdenme!
VLADIMIRO.~Pero ¿ cómo?
POZZO.-¡ Levántenlo!

(ESTRAGÓN y VLADIMIRO ponen en píe a LUCKY, le sostienen un momento, después le dejan. Vuelve a caer.)

ESTRAGÓN.~Lo hace adrede.
POZZO.~Hay que sostenerle. (Pausa.) ¡ Venga, venga, levántenlo!
ESTRAGÓN.- ¡Estoy harto!
VLADIMIRO.~Vamos, probemos otra vez.
ESTRAGÓN.~¿Por quién nos ha tomado?
VLADIMIRO. –Vamos

(Ponen a LUCKY en pie, lo sostienen.)

POZZO.-¡ No lo suelten! (ESTRAGÓN y VLADIMIRO vacilan.) ¡ Esténse quietos! (POZZO coge la maleta y el cesto y los lleva hacia LUCKY.) ¡ Sujétenlo bien! (Pone la maleta en la mano de LUCKY, el cual la tira inmediatamente.) ¡ No le suelten! (Vuelve a empezar. Poco a poco, al contacto con la maleta, LUCKY vuelve en sí y sus dedos acaban por cerrarse en torno al asa.) ¡ No lo suelten! (Igual juego con el cesto.) ¡ Ea!, ya pueden soltarlo. (ESTRAGÓN y VLADIMIRO se separan de LUCKY, que da un traspié, vaciLa, se dobla, pero consigue mantenerse en pie con la maleta y el cesto en las manos. POZZO retrocede, y restalla el látigo.) ¡ Adelante! (LUCKY avanza.) ¡ Atrás! (LUCKY retrocede.) ¡ Vuélvete! (LUCKY se vuelve.) ¡ Ya está, puede andar! (Volviéndose hacia ESTRAGÓN y VLADIMIRO.) Gracias, señores, y permitanme... (Rebusca en sus bolsillos.) desearles. -. (Rebusca.). desearles... (Rebusca.) Pero ¿dónde tengo mi reloj? (Rebusca.) ¡Lo que faltaba! (Levanta la cabeza, derrotada.) Un auténtico reloj de tapa. Señores, con minutero. Me lo dio mi compadre. (Rebusca.) Puede que se haya caído. (Busca por el suelo, así como VLADIMIRO y ESTRAGÓN. POZZO revuelve con el pie los restos del sombrero de LUCKY.) ¡ Lo que faltaba!
VLADIMIRO.~ Quizá esté en su bolsillito
POZZO.-¡ Esperen! (Se inclina, y, aproximando su cabeza al vientre, escucha.) ¡ No oigo nada! (Les hace señal de que se acerquen.) Vengan a ver. (ESTRAGÓN y VLADIMIRO van hacia él y se inclinan sobre el vientre. Silencio.) Se debería oír el tictac.
VLADIMIRO.-¡ Silencio!

(Todos escuchan inclinados.)
ESTRAGÓN.-Yo oigo algo.
POZZO.-¿ Dónde?
VLADIMIRO.-En el corazón.
POZZO.-(Decepcionado.) ¡ A la mierda!
VLADIMIRO.-¡ Sí1encio!

(Escuchan.)
ESTRAGÓN. –Quizá se haya parado.
(Se yerguen.)
POZZO.-¿Quién de ustedes huele tan mal?
ESTRAGÓN.~A este le huele la boca, a mí los pies.
POZZO.~Les dejo.
ESTRAGÓN.-¿Y su reloj?
POZZO.~He debido de dejarlo en el castillo.
ESTRAGÓN.~Entonces, adiós,
POZZO.-Adiós.
VLADIMIRO.~Adiós.
ESTRAGÓN.~Adiós.

(Silencio. Nadie se mueve.)
VLADIMIRO.~Adiós.
POZZO.~Adiós.
ESTRAGÓN.~Adiós.
POZZO.~Y gracias.
VLADIMIRO.~A usted.
POZZO.~De nada.
ESTRAGÓN.~Sí, sí.
POZZO.~No, no.
VLADIMIRO.~SI, sí.
ESTRAGÓN.~NO, no.


POZZO.~No acabo... (Vacila.) de marcharme.
ESTRAGÓN.- Así es la vida!
(Silencio.)

(POZZO se vuelve, se aleja de LUCKY, hacia el lateral, tensardo La cuerda a medida que avanza.)

VLADIMIRO.~Se ha equivocado de camino
POZZO.~Necesito carrerilla. (Al llegar al extremo de cuerda, es decir, al bastidor, se detiene, se vuelve y grita:) ¡Apártense! (ESTRAGÓN y VLADIMIRO se van al fondo, mirando hacia POZZO. Ruido de latigo.) ¡Adelante! (LUCKY no se mueve.)
ESTRAGÓN.~¡ Adelante!
VLADIMIRO. -¡Adelante!
(Ruido de látigo. LUCKY se pone en marcha.)
POZZO.- ¡Más de prisa! (Sale del lateral, atraviesa la escena tras LUCKY. ESTRAGÓN y VLADIMIRO se descubren, agitan las manos. LUCKY sale. POZZO hace sonar La cuerda y el Látigo:) ¡Más de prisa! ¡Más de prisa! (En el momento en que va a desaparecer, POZZO se detiene y se vuelve. La cuerda se tensa. Ruido de LUCKY, que cae.) ¡ Mi silla! (VLADIMIRO va a buscar la silla y se la da a POZZO, quien la arroja hacia LUCKY.) ¡ Adiós!
ESTRAGÓN y VLADIMIRO.-(Agitando las manos.) ¡ Adiós! ¡ Adiós!
POZZO.-¡ En pie! ¡ Puerco! (Ruido de LUCKY, que se levanta.) ¡ Adelante! (POZZO sale. Ruido del látigo.) ¡ Adelante! ¡ Adiós! ¡ Más de prisa! ¡ Puerco! ¡ Arre! ¡ Adiós!

(Silencio.)
VLADIMIRO.-Nos ha hecho pasar el rato.
ESTRAGÓN.-Sin esto hubiera pasado igual.
VLADIMIRO.-SI, pero más despacio.

(Pausa.)
ESTRAGÓN.-¿Qué hacemos ahora?
VLADIMIRO.-NO sé.
ESTRAGÓN.-Vámonos.
VLADIMIRO.-NO podemos,
ESTRAGÓN.-¿ Por qué?
VLADIMIRO.-Esperamos a Godot.
ESTRAGÓN.-Es verdad.
(Pausa.)
VLADIMIRO.-Han cambiado mucho.
ESTRAGÓN.-¿ Quién?
VLADIMIRO.-Esos dos.
ESTRAGÓN.-ESO es. Charlemos un poco.
VLADIMIRO.-¿ No es verdad que han cambiado mucho?
ESTRAGÓN.-Es probable. Solo nosotros no cambiamos.
VLADIMIRO.~¿Probable? Sin duda. ¿Los has visto bien?
ESTRAGÓN.~Como quieras. Pero no los conozco.
VLADIMIRO.~Pues claro que los conoces.
ESTRAGÓN.-Pues claro que no.
VLADIMIRO. –Te digo que los conocemos. Te olvidas de todo. (Pausa.) A menos que no sean los mismos.
ESTRAGÓN. –La prueba es que no nos han reconocido.
VLADIMIRO.-Eso no tiene nada que ver. Yo también he hecho como que no los reconocía. Además, a nosotros nunca nos reconocen.
ESTRAGÓN.- Basta! ¡ Lo que faltaba! ¡ Ay! (VLADIMIRO no se mueve.) ¡ Ay!
VLADIMIRO.~A menos que no sean los mismos.
ESTRAGÓN.- Didi! ¡ Es el otro pie! (Se dirige cojeando hacia el lugar en que estaba sentado al levantarse el telón.)
MUCHACHO.~(Dentro.) ¡ Señor!

(ESTRAGÓN Se detiene. Ambos miran hacia donde sonó la VOZ.)

ESTRAGÓN.~Esto vuelve a empezar.
VLADIMIRO.~Acércate, muchacho.

(Entra temerosamente un MUCHACHO. Se detiene.)

MUCHACHO.~¿El señor Alberto?
VLADIMIRO.~Soy yo.
ESTRAGÓN.~¿ Qué quieres?
VLADIMIRO.~Ven aquí.

(El MUCHACHO no se mueve.)

ESTRAGÓN.~(Con energía.) ¡ Ven aquí, te digo!

(El MUCHACHO avanda temerosamente, se detiene.)

VLADIMIRO.~¿ Qué pasa?
MUCHACHO.~El señor Godot. (Se calla.)
VLADIMIRO. Naturalmente. (Pausa.) Acércate.

(El MUCHACHO no se mueve.)
ESTRAGÓN.~-(Con energía.) ¡ Te dicen que te acerques! (El MUCHACHO avanza temerosamente, se detiene.) ¿Por qué vienes tan tarde?
VLADIMIRO.~¿Tienes un mensaje del señor Godot?
MUCHACHO. –Sí, señor.
VLADIMIRO. –Pues venga, dilo.
ESTRAGÓN. -¿Por qué vienes tan tarde?

(El MUCHACHO los mira uno tras otro, sin saber a cuál de los dos contestar.)

VLADIMIRO.-( A ESTRAGÓN.) Déjale tranquilo.
ESTRAGÓN.-(A VLADIMIRO.) ¡ A mí déjame en paz! (Dirigiéndose hacia el MUCHACHO.) ¿Sabes qué hora es?
MUCHACHO.-(Retrocediendo.) Yo no tengo la culpa, señor.
ESTRAGÓN.-La tendré yo, entonces.
MUCHACHO.-Tenía miedo, señor.
ESTRAGÓN.-¿Miedo de quién? ¿De nosotros? (Pausa.) ¡ Contesta!
VLADIMIRO.-Ya sé de qué se trata; los otros eran los que le daban miedo.
ESTRAGÓN.-¿ Cuánto tiempo hace que estás ahí?
MUCHACHO.-Hace un momento, señor.
VLADIMIRO.-¿Te daba miedo el látigo?
MUCHACHO.-Sí, señor.
VLADIMIRO.-¿ Los gritos?
MUCHACHO.-Sí, señor.
VLADIMIRO.-¿LOS dos señores?
MUCHACHO.-Sí, señor.
VLADIMIRO.-¿LOS conoces?
MUCHACHO.-NO, señor.
ESTRAGÓN.- Todo esto es una mentira! (Coge al MUCHACHO por el brazo, le zarandea.) ¡ Dínos la verdad!
MUCHACHO.-(Temblando.) ¡ Pero si es la verdad, señor!
VLADIMIRO.-¡ Déjale en paz de una vez! ¿Qué te pasa? (ESTRAGÓN suella al MUCHACHO, retrocede, se lleva las ma-nos a la cara. VLADIMIRO y el MUCHACHO le miran. ESTRAGÓN descubre su cara, descompuesta.) ¿Qué te pasa?
ESTRAGÓN.-Soy desgraciado.
VLADIMIRO.-¡ Fuera bromas! ¿Desde cuándo?
ESTRAGÓN.-LO había ovidado.
VLADIMIRO.-La memoria nos hace estas jugarretas. (ESTRAGÓN quiere hablar y renuncia, va cojeando a sentarse v comienza a descalzarse. Al MUCHACHO.) Bueno...
MUCHACHO. –El señor Godot...
VLADIMIRO. –(Interrumpiendole.) Ya te he visto otra vez, ¿no?
MUCHACHO.-NO sé, señor.
VLADIMIRO.-¿NO me Conoces?
MUCHACHO.-NO, señor.
VLADIMIRO.-¿NO viniste ayer?
MUCHACHO.-NO, señor.
VLADIMIRO.-¿ES la primera vez que vienes?
MUCHACHO.-Sí, señor.

(Silencio.)
VLADIMIRO.-¡ Qué bien te sabes el papel! (Pausa.) Bueno, sigue.
MUCHACHO.-(De un tirón.) El señor Godot me ha dicho que les diga que no vendrá esta noche, sino que seguramente mañana.
VLADIMIRO.~¡Eso es todo?
MUCHACHO.~Sí, señor.
VLADIMIRO.~¿Trabajas para el señor Godot?
MUCHACHO.-SI, señor.
VLADIMIRO.-¿ Qué haces?
MUCHACHO.~Cuido de las cabras, señor.
VLADIMIRO.~¿Es amable contigo?
MUCHACHO.~Si, señor.
VLADIMIRO.~¿No te pega?
MUCHACHO.~NO, señor, a mí no.
VLADIMIRO.~¿A quién pega?
MUCHACHO.~A mi hermano, señor.
VLADIMIRO.~¡ Ah! ¿tienes un hermano?
MUCHACHO.~Sí, señor.
VLADIMIRO.~¿Y qué hace?
MUCHACHO.-Cuida de las ovejas, señor.
VLADIMIRO.~¿Y por qué a ti no te pega?
MUCHACHO.-No lo sé, señor.
VLADIMIRO.~Debe de quererte.
MUCHACHO.~No lo sé, señor.
VLADIMIRO.-¿Te da bien de comer? (El MUCHACHO duda.) Que si te da bien de comer.
MUCHACHO.-Muy bien. señor.
VLADIMIRO. -¿No eres desgraciado? (El MUCHACHO duda.) ¿Me comprendes?
MUCHACHO. –Sí, señor.
VLADIMIRO.~Pues ¿entonces?
MUCHACHO.-NO sé, señor.
VLADIMIRO.-¿NO sabes si eres desgraciado o no?
MUCHACHO.-NO, señor.
VLADIMIRO. –Como yo. (Pausa.) ¿ Dónde duermes?
MUCHACHO.-En el granero, señor.
VLADIMIRO.-¿Con tu hermano?
MUCHACHO.~Sí, señor.
VLADIMIRO.-¿En el heno?
MUCHACHO.~Sí, señor.
(Pausa.)
VLADIMIRO. –Bueno, vete.
MUCHACHO.-¿Qué tengo que decirle al señor Godot señor?
VLADIMIRO.-Dile... (Vacila.) Dile que nos has visto (Pausa.) Nos has visto perfecmente, ¿no es verdad?
MUCHACHO.-Si, señor. (Retrocede, vacila, se vuelve sale correndo.)
(La luz empieza a descender bruscamente. En un momento ha cerrado la noche. La luna se levanta, al fondo, sube al firmamento, se inmoviliza, inundando la escena de una plateada claridad.)

VLADIMIRO.-¡ Bueno! (ESTRAGÓN se levanta y se dirige hacia VLADIMIRO, con los dos zapatos en la mano. Los pone junto a la batería, se yergue y mira a la luna.) ¿Qué hace?
ESTRAGÓN.-Como tú, contemplo la luna.
VLADIMIRO.-Quiero decir, con tus zapatos.
ESTRAGÓN-Los dejo ahí. (Pausa.) Alguien vendrá tan... tan... como yo, pero calzando un número menor y le harán feliz.
VLADIMIRO.-Pero tú no puedes andar descalzo.
ESTRAGÓN.-Jesús lo hizo.
VLADIMIRO.-¡ Jesús! ¿Y qué tiene que ver? ¡ No irás compararte con él!
ESTRAGÓN.-Toda ml vida me he comparado con él.
VLADIMIRO. –Pero allá hacía calor. ¡Hacía buen tiempo!
ESTRAGÓN. –Sí. Y al menor descuido, crucificaban.
VLADIMIRO. –Ya no tenemos nada que hacer aquí.
ESTRAGÓN.-Ni en ninguna parte.
VLADIMIRO.-Vamos, Gogo, no seas así. Mañana será otro día.
ESTRAGÓN.-¿ Cómo?
VLADIMIRO.-¿NO has oído lo que ha dicho el muchacho?
ESTRAGÓN -No.
VLADIMIRO.-Ha dicho que Godot seguramente vendrá mañana. (Pausa.) ¿No te dice nada eso?
ESTRAGÓN.-Entonces, hay que esperar aquí.
VLADIMIRO.-¡ Estás loco! ¡ Hay que cobijarse! (Coge a ESTRAGÓN por el brazo.) Ven. (Lo conduce. Al principio, ESTRAGÓN Se deja llevar, después se resiste. Se detienen.)
ESTRAGÓN.-(Mirando el árbol.) ¡ Qué pena que no tengamos un poco más de cuerda!
VLADIMIRO.-Ven. Empieza a hacer frío. (Lo conduce. Igual juego.)
ESTRAGÓN.-Recuérdame mañana que traiga una cuerda.
VLADIMIRO.-Sí. Ven (Lo conduce. Igual juego.)
ESTRAGÓN.-¿Cuánto tiempo hace que estamos siempre juntos?
VLADIMIRO.-NO sé. Quizá cincuenta años.
ESTRAGÓN.-¿Te acuerdas del día que me arrojé al río?
VLADIMIRO.-Estábamos en la vendimia.
ESTRAGÓN.-Tú me sacaste.
VLADIMIRO.- Quién se acuerda de eso!
ESTRAGÓN.-Mi ropa se secó al sol.
VLADIMIRO.-No pienses más. Ven. (El mismo juego.)
ESTRAGÓN -Espera.
VLADIMIRO.-Tengo frío.
ESTRAGÓN.-Me pregunto si no hubiera sido mejor que cada uno fuera por su lado. (Pausa.) Quizá no estemos hechos el uno para el otro.
VLADIMIRO.-(Sin enfadarse.) No se sabe.
ESTRAGÓN.-NO, no se sabe nada.
VLADIMIRO.-Aún estamos a tiempo de separarnos si crees que es mejor.
ESTRAGÓN. –Ahora, ya no vale la pena.
(Silencio)
VLADIMIRO.-Es verdad, ahora ya no vale la pena.
(Silencio.)

ESTRAGÓN.- Qué!, ¿nos vamos?
VLADIMIRO.~Vámonos.

(No se mueven.)



TELON

"PROMETEO ENCADENADO" (Esquilo)




PERSONAJES

Fuerza y Violencia, criados de Zeus
Hefesto, dios del fuego, hijo de Zeus
Prometeo, hijo de la diosa Temis
Océano, divinidad
Io, hija de Inaco
Hermes, mensajero de los dioses
Coro de Oceánides

La escena representa una región montañosa, en los confines del mundo, cerca del mar. Llegan Fuerza y Violencia, traen prisionero a Prometeo. Les sigue Hefesto con sus herramientas de herrero. Se disponen a clavar al titán en una escarpada roca.

FUERZA. Hemos alcanzado la región extrema de la tierra, el rincón escítico, en un desierto nunca hollado. Hefesto, a ti te concierne cumplir las órdenes que te dio tu padre, en estas abruptas rocas sujetar a este malhechor con grilletes irrompi¬bles y vínculos de acero. Porque robando tu flor, el resplandor del fuego, origen de todas las artes, se la entregó a los hombres. Ha de pagar la pena a los dioses por una falta como ésta, para que aprenda a soportar la tiranía de Zeus y renunciar a sus sentimientos humanitarios.
HEFESTO. Fuerza y Violencia, para vosotros se ha cumplido ya el mandato de Zeus y nada os retiene ya. Pero yo no me atrevo a atar a un dios hermano en esta sima tormentosa. Sin em¬bargo, es incontestablemente necesario tener coraje para ello:
es cosa grave no cumplir las palabras de un padre. (A Prometeo.) De Temis, la consejera, hijo de elevados pensamientos, contra tu voluntad y la mía voy a clavarte con indisolubles lazos de bronce a esta roca inhóspita, en donde no verás ni la voz ni la figura de un mortal, sino que quemado por la res¬plandeciente llama del sol, cambiarás la flor de tu piel; con alegría para ti, la noche con su manto estrellado ocultará la luz y el sol disipará de nuevo la escarcha del alba; pero siempre te abrumará la carga del mal presente, pues todavía no ha nacido tu libertador. Esto has ganado con tus sentimientos humani¬tarios. Tú, un dios que no te acoquinas ante la cólera de los dioses, has otorgado, más allá de lo justo, unos honores a los mortales; por esto montarás en esta roca una guardia in¬grata, de pie, sin dormir ni doblar la rodilla. Lanzarás muchos lamentos y gemidos inútiles, pues el corazón de Zeus es in¬flexible. Un nuevo señor siempre es duro.

FUERzA. Vamos, ¿por qué te demoras y te apiadas en vano? ¿Por qué no aborreces al dios más odioso de los dioses, que ha, entregado a los mortales tu privilegio?

HEFESTO. El parentesco es muy fuerte, y la amistad.

FUERZA. Lo concedo. Pero desobedecer las palabras de un padre ¿cómo es posible? ¿No temes esto más?

HEFESTO. Tú siempre eres cruel y lleno de audacia.
FUERZA. Ningún remedio proporcionará el llorar por ése; no t3 canses en un trabajo inútil.
HEFESTO. ¡Oh oficio muy odiado por mí!
FuERzA. ¿Por qué lo odias? De los males presentes, ciertamente no tiene culpa alguna tu oficio.
HEFESTO. Sin embargo, ojalá hubiera tocado a otro.
FUERZA. Todo es enojoso, salvo mandar sobre los dioses; porque nadie es libre excepto Zeus.
HEFESTO. Lo sé, y nada puedo responder a esto.
FUERZA. ¿No te apresuras, pues, en rodearle de cadenas, para que el padre no te vea remiso?
HEFESTO. Pueden verse ya en sus manos las manillas.
FUERZA. Cíñeselas a los brazos y con toda tu fuerza golpea con el martillo y clávalo en las rocas.
HEFESTO. El trabajo ya se termina y no en vano.
FUERZA. Golpea más, aprieta, nada dejes flojo; pues es capaz de encontrar alguna salida, incluso de lo impracticable.
HEFESTO. Este codo, al menos, está fijo y es difícil que le suelte.
FUERZA. Ahora clávale en medio del pecho, bien fuerte, la dura mandíbula de una cuña de acero.
HEFESTO. ¡Ay, ay, Prometeo, gimo por tus penas!
FUERZA. ¿Vacilas y lloras por los enemigos de Zeus? Vigila no sea que un día te compadezcas a ti mismo.
HEFESTO. Ves un espectáculo horrible de ver.
FUERZA. Veo que ése tiene lo que merece. Mas échale a los cos¬tados las bridas.
HEFESTO. Es mi obligación hacerlo, no me lo mandes con tanta insistencia.
FUERZA. Pues te ordenaré y además te azuzaré. Baja y sujeta só¬lidamente con anillas sus piernas.
HEFESTO. El trabajo está hecho y sin gran esfuerzo.
FUERZA. Con vigor hunde estas trabas en la carne; pues es seve¬ro el que juzgará tu obra.
HEFESTO. Tu lenguaje responde a tu figura.
FUERZA. Ablándate; pero no me reproches mi obstinación y la aspereza de mi carácter.
HEFESTO. Vámonos; tiene una red en torno a sus miembros.
FUERZA. Ahora sé, allá, insolente y despojando a los dioses de sus privilegios, dáselos a los efímeros. ¿Qué alivio son capaces los mortales de llevar a tus penas? Con falso nombre los dioses te llaman Prometeo, pues tú mismo necesitas un previsor para saber de qué manera te librarás de tal artificio.
(Hefesto con Fuerza y Violencia salen.)
PROMETEO. ¡Oh éter divino, y vientos de alas rápidas, y fuentes de los ríos, y sonrisa innumerable de las olas marinas, y Tierra madre universal, y círculo omnividente del Sol; yo os invoco: ved lo que, siendo dios, sufro de los dioses!
Mirad con qué ultrajes desgarrado he de padecer durante un tiempo infinito de años. Tal es la cadena infame que contra mí ha inventado el joven caudillo de los Felices. ¡Ay, ay! Por el sufrimiento, presente y futuro gimo, sin saber cuándo surgirá el fin de estos males.
Pero ¿qué digo? Todo lo que ha de acontecer lo sé bien de antemano y ninguna desgracia imprevista vendrá de nuevo sobre mí. Pero es preciso soportar lo más ligeramente posible la suerte decretada, sabiendo que no hay lucha contra la fuerza de la Necesidad.
Con todo, me es igual de imposible callar o no callar esta desgracia. Porque habiendo proporcionado una dádiva a los mortales estoy uncido al yugo de la necesidad, desdichado. En el tallo de una caña me llevé la caza, el manantial del fuego robado, que es para los mortales maestro de todas artes y gran recurso. De este pecado pago ahora la pena, clavado con ca¬denas bajo el éter.
¡Ah, ah! ¿Qué ruido, qué aroma invisible ha volado hasta mí? ¿Vienes de un dios, de un mortal o de un semidiós? ¿Ha lle¬gado a este peñasco, en los límites del mundo para contemplar mis penas, o qué quiere? Mirad encadenado a este dios des¬graciado Odiado de Zeus, me he enemistado con todos los dioses que frecuentan la corte de Zeus por mi gran amor hacía los hombres. ¡Ay, ay! ¿Qué movimiento de alas escucho cerca de aquí? El aire susurra con ese ligero batir de alas. Todo lo que se aproxima me produce pavor.
(Llega el coro de las Oceánides en un carro alado que se coloca sobre un roquero cercano al que está clavado Prometeo.)
CORO. Nada temas. Amiga es esta tropa que en rápida carrera de alas se ha acercado a este peñasco, consiguiendo persuadir a duras penas el corazón paterno. Veloces las brisas me trajeron.
Pues el eco de los golpes de hierro penetró hasta el fondo de mis cavernas y arrojó de mí el tímido pudor; descalza me lancé en mi carro alado.
PROMETEO. ¡Ay, ay! ¡Ay, ay! Prole de la fecunda Tetis, hijas del padre Océano, que con su curso insomne gira en torno a toda tierra, mirad, contemplad con qué cadenas clavado en la cima rocosa de este precipicio monto una guardia no envidiable.
CORO. Veo, Prometeo; y una tímida niebla llena de lágrimas a mis ojos, cuando contemplo sobre esa roca tu cuerpo que se consume en la ignominia de estos grilletes de acero. Porque nuevos pilotos gobiernan el Olimpo y Zeus, con nuevas leyes, reina arbitrariamente y aniquila ahora los colosos de antes.
PROMETEO. ¡Si al menos me hubiera precipitado bajo tierra, más allá del Hades hospitalario a los muertos, hasta el Tártaro infranqueable, echándome ferozmente en cadenas insolubles, de suerte que ni un dios ni nadie se regocijará de ello! Pero ahora juguete de los vientos, miserable, sufro para escarnio de mis enemigos.
CORO. ¿Cuál de los dioses tiene un corazón tan duro que haga burla de esto? ¿Quién no comparte tus pesares, excepto Zeus? Éste, siempre en su ira, de un alma inflexible, somete la raza celeste, y no cesará hasta que se haya saciado su corazón, o que alguien con alguna artimaña conquiste el mando tan difícil de conquistar.
PROMETEO. Ciertamente, aunque ultrajado en estos brutales grilletes de mis miembros, todavía tendrá necesidad de mí el príncipe de los Felices para enseñarle el nuevo designio que le despojará de su cetro y honores. Y no me ablandará con me¬lifluos sortilegios de la persuasión, ni nunca yo, acoquinado con sus duras amenazas, revelaré este secreto, antes de que me libre de fieras cadenas y consienta en pagar la pena de este ultraje.
CORO. Tú eres osado y en vez de ceder por estos amargos sufrimientos, hablas con demasiada libertad. Un temor penetrante altera mi corazón y me estremezco por la suerte que te espera: dónde debes abordar para contemplar el fin de estos sufri¬mientos. Pues el hijo de Crono tiene un carácter inaccesible y un corazón inflexible.
PROMETEO. Sé que es severo y que tiene en su poder la justicia; sin embargo, creo que un día será de blando corazón cuando sea sacudido de este modo. Entonces aplacando esta rígida cólera, vendrá presuroso a concertar conmigo alianza y amistad.
CORIFEO. Descríbelo todo y explícanos en qué culpa te ha sor¬prendido Zeus para ultrajarte de una manera tan infame y cruel. Infórmanos, si no te perjudica el relato.
PROMETEO. Me duele hablar de estas cosas, pero no decir nada es también un dolor; de todos modos, infortunios. Así que los dioses empezaron a enfadarse y se produjo entre ellos la dis¬cordia, unos queriendo arrojar a Crono de su trono, para que Zeus desde entonces reinara; otros por el contrario esforzán¬dose para que Zeus no mandara nunca sobre los dioses; en¬tonces yo, que quería persuadir con los mejores consejos a los titanes, hijos de la Tierra y del Cielo, no pude. Despreciando las arteras trazas creyeron, en su brutal presunción, que sin fatiga se harían los dueños por la violencia. Pero, no una sola ; vez, mi madre, Temis y Tierra, forma única bajo nombres diversos, me había profetizado cómo se cumpliría el futuro: que no por la fuerza ni por la violencia, sino con engaño de¬berían vencer a los poderosos. Mientras yo les iba explicando estas cosas con mis palabras, no se dignaron ni dirigirme la mirada. Lo mejor en aquellas circunstancias me pareció que era, haciendo caso de mi madre, ponerme al lado de Zeus que recibía de grado a un voluntario. Por mis consejos el antro negro y profundo del Tártaro oculta al antiguo Crono y a sus aliados. Tales son los beneficios que ha recibido de mí el tirano
de los dioses y que me ha pagado con esta cruel recompensa.
Sin duda es un achaque inherente a la tiranía no confiar en los amigos.
Ahora, lo que me preguntáis, por qué causa me hiere, os lo aclararé. En cuanto se sentó en el trono paterno, en seguida distribuyó entre los dioses sus privilegios, a cada uno dife¬rentes, y organizó su imperio; pero no se preocupó en absoluto de los míseros mortales, sino que, aniquilando toda la raza, deseaba crear otra nueva. A este proyecto nadie se opuso sólo yo. Yo me atreví; libré a los mortales de ir, destrozados, al Hades. Por eso ahora estoy sufriendo tales sufrimientas, do¬lorosos de sufrir, lamentables de ver. Por haber tenido ante todo piedad de los mortales, no fui juzgado digno de conse¬guirla, sino que implacablemente estoy así tratado, espectáculo infamante para Zeus.
CORIFEO. De corazón de hierro y tallado de una piedra, Prometeo, es el que no se indigna contigo por tus penas. Yo, por mi parte, habría deseado no verlas, y ahora que las veo siento un dolor en el corazón.
PROMETEO. Sí, sin duda, para los amigos soy doloroso de ver.
CORIFEO. ¿Fuiste, tal vez, más lejos que esto?
PROMETEO. Sí. Hice que los mortales dejaran de pensar en la muerte antes de tiempo.
CORIFEO. ¿Qué solución hallaste a este mal?
PROMETEO. Albergué en ellos esperanzas ciegas.
CORIFEO. Gran favor otorgaste a los mortales.
PROMETEO. Además de esto, yo les regalé el fuego.
CORIFEO. ¿Y ahora los efímeros tienen el fuego resplandeciente?
PROMETEO. Por él aprenderán muchas artes.
CORIFEO. Por tales culpas Zeus te...
PROMETEO. ... me ultraja y no afloja para nada mis males.
CORIFEO. ¿No hay un término fijado a tu prueba?
PROMETEO. No, ninguno, salvo cuando le plazca a él.
CORIFEO. ¿Cuándo le placerá? ¿Hay alguna esperanza? ¿No ves que has delinquido? Pero decir que has delinquido, para mí no es ningún placer y para ti es dolor. Pero dejemos esto y busca algún medio de librarte de esta prueba.
PROMETEO. Es fácil al que tiene el pie fuera de las desgracias aconsejar y amonestar al infortunado. Pero todo esto yo lo sabía. De grado, de grado falté, no lo negaré; ayudando a los mortales yo mismo me he encontrado castigos. Con todo, no creía que con tales penas había de consumirme en unas rocas abruptas, encontrándome en una cima desierta y sin vecinos. Pero ahora, sin lamentaros por estos sufrimientos, bajando a tierra firme, escuchad mi suerte futura, para que lo sepáis todo hasta el fin. Creedme, creedme, compadeced al que ahora sufre: la aflicción vuela sin cesar, y ora se posa en uno, ora en otro.
CORIFEO. Tú urges a una tropa dispuesta a obedecerte, Prometeo. Ahora, dejando con pie ligero este raudo asiento y el éter, ruta sagrada de las aves, me acercaré a este suelo escabroso; porque deseo escuchar hasta el final tus padecimientos.
(Mientras las Oceánides descienden al suelo, aparece Océano en un carro tirado por un caballo alado.)
OCEANO. He llegado al final de un largo viaje en mi recorrido hacia ti, Prometeo, dirigiendo con mi mente, sin bridas, este ave de alas veloces. De tus desgracias, sábelo, me compadezco. El parentesco, creo, me obliga, y, aparte la sangre, no hay a quien diera parte mayor que a ti. Conocerás que digo la ver¬dad y que no se halla en mí adular en vano. Venga, pues, dime en qué he de ayudarte; porque nunca dirás que tienes un amigo más seguro que Océano.
PROMETEO. ¡Ea!, ¿qué es esto? ¿También tú vienes a ser testigo de mis males? ¿Cómo te atreviste, dejando la corriente que lleva tu nombre y las roqueras grutas naturales, llegar a la tierra madre del hierro?. ¿O has venido para contemplar mi suerte e indignarte con mis males? Mira este espectáculo: yo, el amigo de Zeus, que le ayudé a establecer su tiranía, con qué sufri¬mientos soy abatido por él.
OCÉANO. Lo veo, Prometeo, y quiero aconsejarte lo mejor, aunque eres listo. Conócete a ti mismo y adopta nuevas acti¬tudes, pues también hay un nuevo tirano entre los dioses. Pero si lanzas palabras tan duras y aceradas, quizá te oiga Zeus que está sentado mucho más alto que tú, y el enojo de estos males presentes te parezca un juego. Así, desgraciado, deja este afán y busca la liberación de estos males. Tal vez te parecerá que digo cosas viejas; sin embargo, tal es, Prometeo, el salario de una lengua demasiado altiva. Tú todavía no eres humilde ni cedes a los males, y a los presentes quieres añadir otros. Tó¬mame, pues, por maestro y no estires tu pierna contra el aguijón, viendo que ahora reina un monarca duro y sin que tenga que rendir cuentas. Ahora me marcho e intentaré, si puedo, librarte de estas penas; tú tranquilízate y no hables con demasiado insolencia. ¿O no sabes siendo en rigor tan sabio, que se castiga a una lengua disparatada?
PROMETEO. Te envidio porque te encuentras fuera de culpa aunque participaste en todo y te asociaste a mi osadía. Ahora déjalo y no te preocupes. De todos modos no le convencerás; no es fácil de convencer. Y vigila que no te perjudiques en este camino.
OCÉANO. Eres mucho mejor para inspirar prudencia al prójimo que a ti mismo; juzga por hechos, no por palabras. Pero en mi afán, no me retengas. Porque me ufano, sí, me ufano de que Zeus me concederá la gracia de librarte de estos males.
PROMETEO. Te alabo por tu solicitud y no cesaré de hacerlo; en buena voluntad nada descuidas. Pero no te esfuerces: traba¬jarás en vano, sin provecho para mí, si es que quieres hacerlo. Permanece tranquilo y mantente apartado. Porque yo, si soy desgraciado, no por esto quisiera que a los más alcanzaran las desgracias. No, en verdad, pues ya me consume la suerte de mi hermano, Atlas, que en las regiones de occidente, de pie, sostiene en sus espaldas la columna del cielo y de la tierra, peso no fácil para el brazo. También he compadecido, al verle, al hijo de la Tierra, habitante de las cuevas cilicias, gran gigante de cien cabezas, domado por la fuerza, el impetuoso Tifón. Se enfrentó a todos los dioses, silbando miedo de sus atroces fauces; de sus ojos brillaba horrible esplendor, como si fuera a aniquilar violentamente la tiranía de Zeus. Pero le alcanzó el dardo que no duerme de Zeus, cl rayo que desciende respi¬rando fuego y le derrotó de sus altivas fanfarronadas. Pues herido en el mismo corazón, quedó reducido a cenizas y su fuerza disipada por el rayo. Y ahora, cuerpo inútil y arrinco¬nado, yace cerca del estrecho marino, oprimido bajo las raíces del Etna, mientras Hefesto, instalado en las altas cimas, forja el hierro ardiente. De allí un día irrumpirán torrentes de fuego que con feroces fauces devorarán las vastas llanuras de la fe¬cunda Sicilia. Tal ira exhalará Tifón con los ardientes dardos de una insaciable tormenta de fuego, aunque carbonizado por el rayo de Zeus. Pero tú no eres inexperto y no me necesitas como guía; sálvate, como sabes. Yo apuraré este mi destino hasta que Zeus aplaque su ira.
OCÉANO. ¿No sabes esto, Prometeo, que las palabras son médi¬cos de la enfermedad de la cólera?
PROMETEO. Sí, si uno ablanda el corazón en el momento preci¬so, y no reduce por la fuerza una pasión virulenta.
OCÉANO. Pero, si uno muestra solícito esfuerzo y valor para la acción, ¿qué daño ves tú que haya en ello?
PROMETEO. Trabajo inútil y simplicidad irreflexiva.
OCÉANO. Déjame que sufra esta enfermedad; pues es provechoso
parecer insensato cuando uno es cuerdo.
PROMETEO. Esta falta más bien parecerá la mía.
OCÉANO. Sin duda tus palabras me envían de nuevo a casa.
PROMETEO. Temo que tu lamento por mí te lance a una ene¬mistad.
OCÉANO. ¿Con el que acaba de sentarse en un todopoderoso asiento?
PROMETEO. Vigila que no se altere tu corazón.
OCÉANO. Tu infortunio, Prometeo, es maestro.
PROMETEO. Vete, aléjate, salva tu actual buen sentido.
OCÉANO. Cuando ya me iba, me molestaban tus palabras. Pues mi cuadrúpeda ave acaricia ya con sus alas el dilatado camino del éter y gozoso doblará la rodilla en su establo.
(Océano se marcha en su monstruo alado. Tras un silencio, las Oceánides aparecen sobre de una roca y cantan lo siguiente.)
CORO. Lloro por tu fatal destino, Prometeo; y vertiendo de mis delicados ojos una corriente de lágrimas mojo mi mejilla con húmedas fuentes. Hostilmente gobernando con leyes propias Zeus manifiesta a los dioses de antaño su lanza soberbia.
Ya todo este país ha lanzado un grito lastimero; sus pueblos lloran por la grandeza y el antiguo prestigio tuyo y de tus hermanos, y todos cuantos mortales habitan la tierra vecina de la sagrada Asia, ante el gran gemido de tus penas sufren con¬ tigo.
Y las vírgenes que habitan en la tierra cólquide, valientes luchadoras, y la turba de Escitia, que ocupa el lugar más re¬moto de la tierra alrededor del lago Meótico.
Y la flor guerrera de Arabia, los que viven una ciudadela es¬carpada cerca del Cáucaso, hostil ejército que brama en lanzas de acerada proa.
Sólo antes otro dios titán he visto sufrir, vencido en la ig¬nominia de unos lazos de acero, Atlas, que llevando siempre en la espalda, fuerza inflexible, la tierra y la bóveda celeste, gime.
La ola marina cayendo ola sobre ola brama, llora el abismo, el tenebroso Hades en las profundidades de la tierra ruge, y las fuentes de los sagrados ríos exhalan su dolor quejumbroso.
PROMETEO. (Tras de un largo silencio.) No penséis que callo por arrogancia o altanería; pero un pensamiento me devora el corazón al verme así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos, ¿qué otro si no yo les repartió exactamente sus privi¬legios? Pero sobre esto callo; pues sabéis lo que podría deciros. Escuchad, en cambio, los males de los hombres, cómo de ni¬ños que eran antes he hecho unos seres inteligentes, dotados
de razón. Os lo diré, no para censurar a los hombres, sino para mostraros la buena voluntad de mis dones. Al principio, mi¬raban sin ver y escuchaban sin oír, y semejantes a las formas de los sueños en su larga vida todo lo mezclaban al azar. No co¬nocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera; soterrados vivían como ágiles hormigas en el fondo de antros sin sol. No tenían signo alguno seguro ni del invierno, ni de la floreciente primavera ni del estío fructuoso, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de los astros, difíciles de conocer.
Después descubrí también para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las letras, memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y el primero até bajo el yugo a las bestias esclavizadas a las gamellas y a las albardas, a fin de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores, y llevé bajo el carro a los caballos, dóciles a las rien¬das, orgullo del fasto opulento. Sólo yo inventé el vehículo de
los marinos, que surca el mar con sus alas de lino. Y, mísero de mí, yo que he encontrado estos artificios para los mortales, no tengo artimaña que pueda librarme de la actual desgracia.
CORIFEO. Padeces un castigo indigno; privado de razón divagas, y como un mal médico que a su vez ha enfermado, te de¬ sanimas y no puedes encontrar para ti mismo los remedios curativos.
PROMETEO. Escucha el resto y te sorprenderás más: las artes y recursos que ideé. Lo más importante: si uno caía enfermo, no había ninguna defensa, ni alimento, ni unción, ni pócima, sino que faltos de medicinas morían, hasta que les enseñé las mezclas de remedios clementes con los que ahuyentan todas las enfermedades. Clasifiqué muchos procedimientos de adi¬vinación y fui el primero en distinguir lo que de los sueños ha de suceder en la vigilia, y les di a conocer los sonidos de oscuro presagio y los encuentros del camino. Determiné exactamen¬te el vuelo de las aves rapaces, los que son naturalmente fa¬vorables y los siniestros, los hábitos de cada especie, los odios y amores mutuos, sus compañías; la lisura de las entrañas y qué color necesitan para agradar a los dioses, y los matices favorables de la bilis y del lóbulo del hígado. Haciendo que¬mar los miembros cubiertos de grasa y el largo lomo, enca¬miné a los mortales a un arte difícil de entender y revelé los signos de la llama que antes eran oscuros. Tal es mi obra. Y los recursos escondidos a los hombres debajo de la tierra, bronce, hierro, plata, oro, ¿quién podría preciarse de haberlos descubierto antes que yo? Nadie, lo sé bien, a menos que quiera hablar en vano. En una palabra, sabe todo a la vez: todas las artes para los mortales proceden de Prometeo.
CORIFEO. No ayudes a los mortales más allá de lo necesario y descuides tu propia desgracia. Yo tengo buena esperanza de que un día, liberado de estas cadenas, no tendrás un poder inferior a Zeus.
PROMETEO. No tiene decretado todavía que esto se cumpla, la Moira que todo lo lleva a término; cuando estaré encorvado por mil dolores y desgracias, entonces escaparé de estas cade¬nas. El arte es con mucho más débil que la Necesidad.
CORIFEO. ¿Y quién es el timonero de la Necesidad?
PROMETEO. Las Moiras de tres formas y las memoriosas Erinis.
CORIFEO. ¿Zeus, pues, es más débil que ellas?
PROMETEO. No puede, por lo menos, escapar a su destino.
CORIFEO. ¿Y cuál es el destino de Zeus sino reinar por siempre?
PROMETEO. Sobre esto no preguntes más, no insistas.
CORIFEO. Es, sin duda, un augusto secreto lo que ocultas.
PROMETEO. Hablad de otra cosa; no es el momento de revelar este secreto, sino de esconderlo lo más posible; pues guar¬dándolo oculto, escaparé de estas cadenas humillantes y de estos sufrimientos.
CORO. Que nunca el que todo lo gobierna, que nunca Zeus coloque enfrente de mi voluntad su fuerza, que jamás me tarde en acercarme a los dioses con sagrados festines de hecatombes junto al curso inagotable del Padre Océano, ni los ofenda con mis palabras. Antes permanezca firme en mí este propósito y no se borre jamás.
Es dulce pasar una larga vida en confiadas esperanzas ali¬mentando el corazón de deleites radiosos. Pero me estremezco cuando te veo desgarrado por tantos sufrimientos. Pues sin temer a Zeus, por propio criterio honras en exceso a los mortales, Prometeo.
Vamos, amigo, dime, ¿qué favor te aporta tu favor? ¿Dónde está la defensa, la ayuda de los efímeros? ¿No has visto la im¬potencia reducida, igual al sueño, que encadena la ciega raza humana? Nunca la voluntad de los mortales conculcará el orden establecido por Zeus.
Esto he aprendido observando tu funesto destino, Prometeo. Y un canto bien diferente ha volado hacia mí, el canto de hi¬meneo que un día en torno a tu baño y a tu lecho de bodas entoné, cuando, persuadida por tus presentes, llevaste a nuestra hermana Hesíone a compartir contigo el lecho como esposa.
(Entra lo teniendo en su frente dos cuernos de vaca. Tras sus primeras palabras se siente de nuevo sacudida por el aguijón del tábano.)
IO. ¿Qué tierra es ésta? ¿Qué raza? ¿A quién diré que miro atormentada con pétrea brida? ¿Qué falta expiras tú en esta agonía? Dime a qué parte de la tierra he llegado, mísera, en mi extravío.
¡Ay, ay! ¡Ah, ah! Vuelve nuevamente a picarme, desgraciada, un tábano, fantasma de Argos, hijo de la Tierra. Apártalo, Tierra, porque tiemblo al ver al boyero de mil ojos. Camina con su pérfida mirada. Ni muerto la tierra lo oculta, sino que saliendo de las sombras a mí, infortunada, me da caza y me hace errar, afamada, por los arenales de la playa.
Detrás de mí, la sonora caña encerada deja oír la canción que duerme. ¡Ay, ay, dioses! ¿A qué lejanas tierras me llevan estas carreras errantes? ¿En qué falta, hijo de Crono, en qué falta me has sorprendido para haberme uncido en estos tormentos, ¡ay, ay!, y extenuar así a una desgraciada alocada por el temor del tábano que la persigue? Abrásame en el fuego, escóndeme bajo tierra, dame por alimento a los monstruos marinos. No re¬chaces mis ruegos, Señor. Mis carreras infinitas me han so¬bradamente ejercitado, ni puedo saber cómo escapar a los padecimientos. ¿Oyes la voz de la cornígera doncella?
PROMETEO. ¿Cómo no oír a la muchacha hostigada por el tába¬no, a la hija de Inaco, que abrasa de amor el corazón de Zeus y ahora, odiada de Hera, se ejercita por fuerza en esas infini¬tas carreras?
IO. ¿De dónde viene que has pronunciado el nombre de mi padre? Responde a la infortunada: ¿quién eres tú, miserable, que a esta desgraciada saludas en términos tan verídicos y nombraste el mal de divina procedencia que me consume al morderme con aguijones vagabundos?
Empujada con violencia por el hambriento ultraje de mis saltos, he llegado víctima del airado designio de Hera. ¿Cuál de los desgraciados sufre, ¡ay, ay!, como yo? Pero dime con claridad lo que voy a padecer. ¿Qué expediente, qué remedio hay de mi mal? Enseñamelo, si lo sabes. Habla, da a conocer esto a la pobre virgen errante.
PROMETEO. Te diré claramente todo lo que quieras saber, no entretejiendo enigmas, sino en lenguaje simple, como es jus¬to abrir la boca a amigos. Estás viendo al dador del fuego a los mortales. Prometeo.
IO. Oh tú que te mostraste tan beneficioso a la comunidad de los mortales, paciente Prometeo, ¿por qué razón sufres esto?
PROMETEO. Acabo justamente de quejarme por mis trabajos.
IO. Entonces, ¿no vas a otorgarme ese favor?
PROMETEO. Di qué pides: de mí puedes saberlo todo.
IO. Indica quién te ató en esa roca escarpada.
PROMETED. La decisión de Zeus, pero la mano de Hefesto.
IO. ¿Y de qué faltas pagas tú la pena?
PROMETED. Basta que te haya manifestado sólo esto.
IO. Muéstrame, además, el fin de mi viaje y cuál será este día para mí, la desdichada.
PROMETEO. No conocerlo es mejor para ti que conocerlo. lo. No me escondas lo que he de padecer. PROMETEO. No te rehúso ese favor.
IO. Entonces, ¿por qué tardas en proclamarlo todo?
PROMETED. No hay malquerencia, pero dudo en turbar tu alma.
IO. No te preocupes más por mí, pues me es dulce.
PROMETEO. Ya que lo deseas, debo hablar; escucha, pues.
CORIFEO. No, todavía no; dame también a mí una parte de sa¬tisfacción. Sepamos primero la enfermedad de ésta, que nos diga ella misma sus funestos infortunios. De ti aprenda des¬pués los restantes trabajos.
PROMETED. Trabajo tuyo es, lo, de complacerles con esta dádiva, máxime cuando son hermanas de tu padre; pues llorar y la¬mentar las desgracias cuando se ha de obtener una lágrima de los que escucha, merece el esfuerzo realizado.
IO. No sé cómo podría negarme a vosotras: en términos claros sabréis todo lo que pedís; sin embargo, me da vergüenza contaros cómo la tempestad suscitada por un dios y causa de mis metamorfosis se ha abatido sobre mí, mísera.
Sin cesar visiones nocturnas visitaban mi alcoba virginal y me exhortaban con dulces palabras: «Oh muy feliz muchacha, ¿por qué permanecer tan largo tiempo virgen, cuando puedes alcanzar la boda más excelsa? Porque Zeus está inflamado por ti con el dardo del deseo y anhela compartir contigo los pla¬ceres de Cipris. Tú, niña, no rechaces el lecho de Zeus; mar¬cha hacia la pradera ubérrima de Lerna, a los rediles y boyeras de tu padre, para que el ojo de Zeus cese en su deseo.» Tales eran los sueños que todas las noches me sobresaltaban, míse¬ra, hasta que osé revelar a mi padre los sueños nocturnos. Entonces a Pito y a Dodona despachó frecuentes mensajeros para saber qué debía emprender o decir que fuera agradable a los dioses. Pero ellos regresaban refiriendo unos oráculos equívocos, oscuros, difíciles de interpretar. Por último, una respuesta nítida llegó a Inaco, que claramente le recomendaba y anunciaba que me arrojara de la casa y de la patria, para errar en libertad hasta los últimos confines de la tierra, si no quería que viniera el rayo inflamado de Zeus que destruiría todo su linaje. Obediente a estos oráculos de Loxias, mi padre me desterró y cerró su casa, a pesar suyo y mío: pero el freno de Zeus le obligaba a obrar así con violencia. Al punto mi forma y mi espíritu se alteraron y cornuda, como veis, y mordida por el tábano de acerado aguijón, me precipito, de un salto be¬néfico, hacia la corriente salutífera de Cernea y a la fuente de Lerna. Un boyero, hijo de la Tierra, de intemperados humos, me seguía con sus innumerables ojos fijos en mis pasos. Un destino imprevisto le privó de repente el vivir, y yo, desgarrada por el tábano, corro de país en país bajo el látigo divino. Ya sabes lo sucedido; y si puedes decirme qué penas me faltan, dímelo; no intentes, por compasión, tranquilizarme con re¬latos falsos; pues digo que no hay enfermedad más vergonzosa que las palabras compuestas.
CORO. Deja, deja, calla. ¡Ay! Nunca, nunca pensé que unas pala¬bras tan extrañas llegaran a mis oídos, que unos sufrimientos, unas miserias, unos espantos, tan penosos de ver, tan penosos de sufrir, helaran mi alma con aguijón de doble filo. ¡Ay, destino, destino, me estremezco al contemplar la suerte de lo!
PROMETEO. Demasiado pronto gimes y llena estás de temor; aguarda hasta que sepas el resto.
CORIFEO. Habla, explícate: es dulce a los enfermos conocer exactamente de antemano el dolor que les falta.
PROMETEO. La anterior petición la lograsteis fácilmente gracias a mí; deseabais primero saber por ella misma el relato de su desgracia; ahora oír lo que queda, qué sufrimientos ha de padecer esta joven por orden de Hera. Y tú, semilla de Inaco, guarda mis palabras en tu corazón, si quieres conocer el final de tu camino.
Primero, partiendo de aquí, vuélvete hacia el sol saliente y dirígete hacia los campos sin arar. Llegarás a los escitas nómadas que habitan chozas de mimbre trenzado sobre carros de her¬mosas ruedas y que llevan colgados arcos de largo alcance. No te aproximes a ellos, sino que, poniendo el pie en los acantilados en donde resuena el mar, atraviesa el país. A mano izquierda viven los que trabajan el hierro, los cálibes: guárdate de ellos, pues son feroces, inaccesibles a los extranjeros. Llegarás al río Hibristes, de nombre verídico; no lo atravieses, no es fácil de cruzar antes que alcances el mismo Cáucaso, el más alto de los montes, donde este río impetuoso brota de sus sienes. Debes pasar por encima de sus cumbres vecinas de los astros, para tomar el ca¬mino que lleva al mediodía, en donde hallarás a la hueste de las amazonas enemigas de los hombres, que un día fundarán Temiscira en torno al Termodonte, allí donde está Salmideso, mandíbula áspera del Ponto, huésped cruel a los marinos, ma¬drastra de las naves; ellas te guiarán muy gustosamente. Enton¬ces llegarás junto a las mismas puertas estrechas del lago, al ; istmo de Cimería, el cual con corazón intrépido debes dejarlo y atravesar el estrecho Meótico. Entre los mortales siempre vivirá el glorioso relato de tu paso y Bósforo recibirá de sobrenombre. Dejando el suelo de Europa, llegarás al continente asiático. ¿No os parece que el tirano de los dioses es en todo igualmente violento? Deseando, dios como es, unirse a esta mortal lanzó contra ella este destino errante. ¡Amargo pretendiente de tu boda has encontrado, doncella! Pues el relato que acabas de oír, piensa que todavía no es ni siquiera el preludio.
IO. ¡Ay, ay de mí! ¡Ah, ah!
PROMETEO. De nuevo gritas y suspiras; ¿qué harás, pues, cuando sepas los sufrimientos que te restan?
CORIFEO. ¿Tienes todavía otros sufrimientos para decirle? PROMETEO. Sí, un mar tempestuoso de fatal calamidad.
IO. ¿Qué gano, entonces, con vivir? ¿Por qué no al instante me arrojo de esta roca escarpada, para que, aplastándome en el suelo, me libere de todos estos males? Mejor es morir de una vez que sufrir miserablemente todos los días.
PROMETEO. Difícilmente, entonces, podrías soportar mis prue¬bas. Yo no tengo destinado morir, pues la muerte sería una liberación de mis dolores. Pero ahora no hay término fijado a mis trabajos, hasta que Zeus caiga de su trono.
IO. ¿Es posible que un día caiga Zeus de su poder?
PROMETEO. Tú te alegrarías, creo, de ver este suceso.
IO. ¿Y cómo no, si es por Zeus que sufro tan desgraciadamente?
PROMETEO. Que esto será así, puedes estar segura.
IO. ¿Quién lo despojará de su cetro tiránico?
PROMETEO. Él mismo y sus insensatos planes. lo. ¿De qué manera? Dímelo, si no hay daño en ello.
PROMETEO. Contraerá una boda de la que un día se arrepentirá.
IO. ¿Con una diosa o con una mortal? Dímelo, si se puede.
PROMETEO. ¿Por qué con quién? No está permitido decirlo.
IO. ¿Acaso será derribado de su trono por su esposa?
PROMETEO. Ella tendrá un hijo más fuerte que su padre.
IO. ¿Y no tiene ningún medio de apartar este infortunio?
PROMETEO. No ciertamente, salvo yo desatado de estas cadenas.
IO. ¿Y quién te desatará sin el permiso de Zeus?
PROMETEO. Debe ser uno de tus descendientes.
IO. ¿Cómo dijiste? ¿Un hijo mío te librará de estos males?
PROMETEO. Sí, el tercer linaje después de diez generaciones más.
IO. No es fácil de comprender esta profecía.
PROMETEO. Tampoco busques conocer a fondo tus padecimien¬tos.
IO. No me ofrezcas un bien para después quitármelo.
PROMETEO. De dos presentes, te concederé uno.
IO. ¿Cuáles? Muéstramelos y dame a elegir.
PROMETEO. Te lo concedo, elige: o te diré claramente tus males o el que me liberará.
CORIFEO. De estas dádivas concede una a ésta y otra a mí, y no desprecies mis palabras. A ella cuenta lo que le falta por correr y a mí tu libertador. Pues esto es lo que deseo.
PROMETEO. Puesto que éste es vuestro deseo, no me negaré a narrar todo cuanto deseáis. A ti, primero, lo, revelaré tu agi¬tada carrera; grábala en las fieles tablillas de tu memoria.
Cuando hayas atravesado la corriente, frontera de los dos con¬tinentes, sigue adelante hacia los encendidos levantes pisados por el sol, cruzando el mugiente mar, hasta que alcances la llanura gorgónea de Cístenes, donde viven las Fórcides, tres viejas doncellas de figura de cisne, que tienen un ojo común, un solo diente, y a las que nunca mira el sol con sus rayos ni la nocturna luna. Cerca de ellas se hallan tres hermanas aladas con cabellera de serpientes, las Gorgonas, aborrecidas de los hombres, a las que ningún mortal puede ver sin expirar. Tal es la advertencia que te hago. Pero escucha otro peligroso es¬pectáculo: guárdate de los perros mudos de Zeus, de dientes afilados, los grifos y del ejército Arimaspo, gente de un solo ojo, montada a caballo, que vive junto a las aguas del aurífe¬ro río Plutón: tú no te acerques a ellos. Entonces llegarás a una tierra lejana, un pueblo de tez oscura, establecido junto a las fuentes del sol, donde está el río Etíope. Baja por las riberas de éste hasta que llegues a la catarata, en donde de los montes Biblinos Nilo vierte sus aguas augustas y saludables. Éste te conducirá hasta el país triangular nilótico, donde el destino os reserva, lo, a ti y a tus hijos, fundar una gran colonia. Sí algo de esto es confuso y difícil de comprender, pregunta de nuevo y entérate con precisión. Dispongo de más tiempo del que quiero.
CORIFEO. Si tienes algo nuevo u olvidado que contar de su fati¬gosa carrera, dilo; pero si lo has dicho todo, concédenos ahora el favor que pedimos. Lo recuerdas, sin duda.
PROMETEO. Ésta ha oído enteramente el final de su viaje. Pero, porque sepa que no vanamente me escucha, le diré qué tra¬bajos bajos ha sufrido antes de venir aquí, dándole con ello la prueba de mi relato. Con todo omitiré la mayor parte de las fatigas e iré al término mismo de tus viajes.
En cuanto llegaste a las llanuras de los morosos y al escar¬pado dorso de Dodona, donde está el profético asiento de Zeus Tesproto con el prodigio increíble de las encinas que hablan, las cuales te saludaron claramente y sin enigmas como la que había de ser la ilustre esposa de Zeus -¿te halaga algo de esto?-, te lanzaste, punzada por tábano, por el camino de la costa hasta el gran golfo de Real, de donde la tormenta vuelve a traer aquí tus cursos errantes. Pero con el tiempo este golfo marino, sábelo bien, será llamado Jonio, recuerdo para todos los mortales de tu paso. Ésta es la prueba de que mi mente ve más de lo que es manifiesto.
Lo demás os lo relataré a la vez a vosotras y a ésta, volviendo sobre la huella de mi anterior relato. Hay una ciudad, Cánobo, en el extremo del país, junto a la misma boca y alfaque del Nilo; allí Zeus, imponiéndote su mano serena, al simple contacto, te vuelve el juicio; y darás a luz un hijo, cuyo nombre recordará que hizo nacer Zeus, el negro Épafo, que recogerá el fruto de todo el país que riega el Nilo de ancha corriente. La quinta generación después de él, formada por cincuenta doncellas, volverá de nuevo a Argos no de buen grado, huyendo de unas bodas consanguíneas con sus primos; éstos, en el frenesí de su deseo, halcones que van a la caza de palomas, vendrán también dando caza a unas bodas prohibi¬das. Mas un dios les negará lo que desean, y el país pelasgo los recibirá, vencidos por los golpes de un Ares femenino con una audacia que vela en la noche; pues cada esposa quitará la vida a su esposo tiñendo en el degüello una espada de doble filo. ¡Tal venga Cipris a mis enemigos! A una sola de las muchachas el encanto del amor no le deja dar muerte al compañero de lecho, sino que será ablandada en su resolución; de dos cosas preferirá una, ser llamada cobarde antes que asesina. Y ésta, en Argos; dará a luz a un real linaje. Sería necesario un largo discurso para exponerlo claramente; sabed, al menos, que de esta siembra nacerá el hombre valiente, famoso por su arco, que me librará de estos tormentos. Tal es el oráculo que me contó mi madre, la titánide Temis, de antiguo nacida. Mas, cómo y de qué manera, se necesita mucho tiempo para de¬cirlo, y tú no ganarías nada con saberlo.
IO. ¡Ah, ah! Una convulsión, un delirio que turba mi mente, vuelven a abrasarme; el dardo sin forjar del tábano me hiere; mi corazón horrorizado palpita en mi pecho; mis ojos giran en sus órbitas. Arrastrada fuera del camino por un viento furioso de locura no gobierno mi lengua, y confusos pensamientos chocan al azar contra las olas de odiosa Ate.
(Io sale apresuradamente.)
CORO. Sabio, sí, sabio era el primero que concibió en su espíri¬tu y formuló con la lengua que casarse según su rango es con mucho lo mejor, y cuando se es artesano no ambicionar unas bodas con gente enervada por las riquezas o envanecida por el linaje.
¡Ojalá que nunca, nunca, oh Moiras inmortales, me veáis aproximarme como esposa al lecho de Zeus, ni conseguir por marido a alguien de los dioses! Pues me estremezco al ver la doncella lo, hostil al varón, consumirse, gracias a Hera, en la fatigosa carrera de sufrimientos.
A mí, una boda con un igual, no me asusta. Lo que temo es que el amor de dioses poderosos me mire con su ojo inevita¬ble. Pues es una guerra contra la cual no es posible la guerra, sin más esperanza que la desesperanza, y no sé qué sería de mí. Porque no veo cómo podría escapar a la voluntad de Zeus.
PROMETEO. En verdad, todavía Zeus, por altivo que sea de corazón, será humilde, según la boda que se dispone a con¬traer, que lo arrojará aniquilado de su tiranía y de su trono. Entonces se cumplirá del todo la maldición de su padre Crono, que pronunció al caer de su antiguo trono. De estos trabajos, ningún dios, salvo yo, podría mostrarle claramente la solución. Yo lo sé y de qué forma. Después de esto, que esté sentado, animoso y confiado en los ruidos con que llena los aires, blandiendo en sus manos un dardo flamígero. Nada de esto le bastará para no caer ignominiosamente con una caída intolerable: tal es el adversario que se está preparando contra sí mismo, prodigio invencible, que encontrará una llama más poderosa que el rayo y un ruido más ensordecedor que el trueno; y dispersará el azote marino que sacude la tierra, el tridente, lanza de Posidón. Cuando choque con este mal, aprenderá qué diferencia hay entre mandar y ser esclavo.
CORIFEO. Tú rechazas, según tus deseos, a Zeus.
PROMETEO. Digo lo que se cumplirá y además lo que deseo.
CORIFEO. ¿Hay que esperar a que alguien mande sobre Zeus?
PROMETEO. Y tendrá que soportar fatigas más pesadas que las mías.
CORIFEO. ¿Cómo no tienes miedo de lanzar palabras como éstas?
PROMETEO. ¿Y qué puede temer aquel que está decretado que no muera?
CORIFEO. Puede enviarte una prueba más dolorosa que ésta.
PROMETEO. Que lo haga: todo lo espero.
CORIFEO. Sabios son los que se inclinan ante Adrastea.
PROMETEO. Adora, implora, adula al poderoso del momento; a mí me importa Zeus menos que nada. Que haga, que mande como quiera durante este corto período; pues no reinará mucho tiempo sobre los dioses.
Pero veo a ese correo de Zeus, al servidor del nuevo tirano; se¬guramente viene a comunicar algo nuevo.
(Llega Hermes conduciendo por sus sandalias aladas.)
HERMES. A ti, el diestro, sumamente mordaz, que ofendiste a los dioses, pasando a los efímeros sus privilegios, ladrón del fue¬go, a ti te lo digo: el padre te manda decir qué bodas son ésas de que tanto alardeas por las cuales él caerá de su trono. Y esta vez explícate sin enigmas y cada cosa por separado. No me obligues, Prometeo, a un doble viaje, porque ya ves que Zeus no se ablanda con tus procedimientos.
PROMETEO. He aquí un discurso solemne y lleno de arrogancia, como de un criado de los dioses. Sois jóvenes y ejercéis un poder joven, y creéis que habitáis una fortaleza inaccesible a los dolores. Pero ¿no he visto ya a dos soberanos caídos de estas alturas? Y al tercero, al que ahora señorea, lo veré con más ignominia y rapidez. ¿Acaso te parezco tener miedo y agaza¬parme delante de los dioses jóvenes? Mucho, más bien todo, me falta para ello. Y tú regresa de nuevo por el camino que seguiste, pues no sabrás nada de lo que intentas averiguar de mí.
HERMES. Sin embargo, con estas arrogancias de antaño has ve¬nido a anclar en estos males.
PROMETEO. No cambiaría, sábelo bien, mi desgracia por tu ser¬vil condición. Es mejor, creo, estar esclavizado a esta roca que ser el fiel mensajero del padre Zeus. Es así que a los ultrajes hay que corresponder con ultrajes.
HERMES. Pareces envanecerse de tu actual situación.
PROMETEO. ¿Yo envanecerme? Así viera yo envanecidos a mis enemigos. Y a ti te cuento entre ellos.
HERMES. ¿También a mí me acusas, de tus desgracias? PROMETEO. En una palabra, odio a todos los dioses que ha¬
biendo recibido beneficios de mí me tratan inicuamente.
HERMES. Comprendo que deliras de una gran enfermedad ma¬ligna.
PROMETEO. Estoy enfermizo si enfermedad es odiar a los ene¬migos.
HERMES. Serías insoportable si estuvieras bien.
PROMETEO. ¡Ay de mí!
HERMES. Zeus no conoce esta palabra.
PROMETEO. El tiempo, al envejecer, todo lo enseña.
HERMES. Tú, sin embargo, todavía no sabes ser sensato.
PROMETEO. Ciertamente, no habría hablado a un criado como tú.
HERMES. Parece que no quieres decir nada de lo que desea el padre.
PROMETEO. Estando en deuda con él, debería devolverle el favor.
HERMES. Te burlas de mí como si fuera un niño.
PROMETEO. ¿No eres un niño y algo más simple todavía, si es¬peras saber alguna noticia de mí? No hay ultraje ni artificio con cuales me impele Zeus a declarar esto antes de que desate estas cadenas infamantes. Según ello, que lance la llama de¬voradora, que con la nieve de blanca ala y con truenos subte¬rráneos confunda y agite todo el universo; nada de ello me doblegará hasta revelarle por quién ha de caer de su tiranía.
HERMES. Mira si esta actitud te resulta útil.
PROMETEO. Hace tiempo que todo está visto y decidido.
HERMES. Decídete, insensato, decídete a razonar bien ante estos sufrimientos.
PROMETEO. En vano me importunas, como si exhortaras a una ola. No imagines que un día, asustado por el decreto de Zeus, llegue a ser de alma mujeril y suplique al gran odiado, levan¬tando hacia él mis palmas a guisa de mujer, para que me libere de estas trabas.
HERMES. Me parece que, si hablo, voy a hablar mucho y en vano, pues en nada te conmueves ni ablandas con ruegos; sino que mordiendo el bocado como un potro recién domado, te re¬belas y luchas contra las riendas. Sin embargo, tu violencia se funda en un débil razonamiento: pues la obstinación, para el que razona mal, nada puede por sí misma. Considera, si no te convencen mis palabras, qué tempestad, qué triple ola de desgracias te caerá inexorablemente encima. Primero, ese es¬carpado pico, con el trueno y la llama del relámpago, el padre lo hará pedazos y esconderá tu cuerpo que quedará aprisio¬nado en los brazos encorvados de la piedra. Cuando haya transcurrido una larga duración de tiempo, regresará nueva¬mente a la luz; pero entonces el perro alado de Zeus, el águi¬la sangrienta, desgarrará vorazmente un gran jirón de tu cuerpo, un comensal que, sin ser invitado, vendrá todo el día a regalarse con el negro manjar de tu hígado. No esperes un término de este suplicio hasta que aparezca un dios dispuesto a sucederte en los trabajos y se ofrezca a descender al tenebroso Hades y a las oscuras profundidades del Tártaro. Ante esto, t reflexiona; pues no se trata de una jactancia fingida, sino de una palabra muy bien pronunciada. Porque la boca de Zeus no sabe mentir, sino que cumple todo lo que dice. Tú mira bien y medita y no creas jamás que la insolencia sea mejor que el prudente consejo.
CORIFEO. Para nosotras, Hermes no parece hablar desatinada¬mente: porque te invita a dejar la arrogancia y a buscar la sabia discreción. Escucha: para un sabio es vergonzoso persistir en el error.
PROMETEO. Conocía yo el mensaje que ése ha vociferado; pero que un enemigo sea maltratado por enemigos, no es deshon¬roso. Así pues, que lance contra mí el rizo de fuego de doble filo, que el éter sea agitado por el trueno y la furia de vientos salvajes; que su soplo sacuda la tierra y la arranque de sus fundamentos con sus raíces; que la ola del mar con áspero bramido confunda las rutas de los astros celestes; que precipite mi cuerpo al negro Tártaro en los implacables torbellinos de la Necesidad. Sin embargo, él nunca me hará morir.
HERMES. Tales son los pensamientos y las palabras que es posible oír de seres sin juicio. ¿Qué falta a su suplicio para ser un de¬lirio? ¿Se relaja en sus furores? Pero en todo caso, vosotras que compartís sus sufrimientos, retiraos aceleradamente estos lu¬gares, no sea que el mugido implacable del trueno aturda vuestros sentidos.
CORIFEO. Háblame de otras maneras y exhórtame en términos que me convenzan, pues de ninguna manera se puede tolerar la palabra que acabas de soltar. ¿Cómo puedes obligarme a practicar villanías? Con éste quiero sufrir lo que sea preciso, pues he aprendido a odiar a los traidores, y no hay peste que aborrezca más que ésta.
HERMES. Bien, pues, no olvidéis lo que ahora os prevengo, y cuando seáis botín de la calamidad no reprochéis a la fortuna y nunca digáis que Zeus os lanzó a un padecimiento impre¬visible, sino, en verdad, vosotras a vosotras mismas. Porque sabiéndolo y sin sorpresas ni engaño os encontraréis por vuestra locura prendidas en la red inextricable de Ate.
(Hermes se retira. El huracán empieza a desencadenarse y la tierra a temblar.)
PROMETEO. Ahora no se trata ya de palabras sino de hechos: la tierra tiembla, al tiempo que en sus zigzagueantes profundi¬dades muge el eco del trueno; relámpagos fulguran encendi¬dos; torbellinos agitan tolvaneras; soplos de todos los vientos saltan unos contra otros, anunciando una lucha de hostil aliento; se mezclan confundidos el cielo con el mar. Tal es el ímpetu de Zeus que, intentando asustarme, avanza claramente contra mí. ¡Oh majestad de mi madre, oh Éter que haces girar la luz común a todos! ¡Ya veis de qué manera tan injusta!

(Las rocas, con Prometeo y las Océanides, se sumergen estrepi¬tosamente entre rayos y truenos.)